En una democracia de mercado libre, es el pueblo el que toma la decisión final acerca de cómo debe actuar su prensa, dice George Krimsky, ex jefe de la sección de noticias de Servicios Mundiales de The Associated Press y autor de "Paren la Prensa (La Crónica Interna de los Periódicos)" En el artículo que sigue a continuación Krimsky examina la historia de los medios de comunicación estadounidenses y bosqueja los retos que encaran en esta era electrónica.
Se han escrito volúmenes acerca de la función de los medios de comunicación masivos en una democracia. El peligro de todo este examen es sumergir el tema bajo un torrente de lugares comunes. La cuestión de si una prensa libre es la mejor solución del problema de las comunicaciones en una democracia ha cobrado demasiada importancia al llegar el fin de este siglo, y es necesario examinarlo sin apasionamiento.
Antes de entrar en el tema, es útil definir la terminología. En el sentido más amplio, los medios de comunicación incluyen las industrias de la televisión y el cine como espectáculo, una vasta gaama de material impreso que aparece con regularidad y hasta las relaciones públicas y la publicidad. Se supone que la "prensa" es un miembro serio de la familia, que se ocupa de la vida real en lugar de la fantasía y sirve al público más amplio que sea posible. Un buen término genérico para la prensa en la era electrónica es el de "medios de comunicación noticiosos". Esta definición hace hincapié en el contenido, no en la tecnología ni en los sistemas de distribución, porque en estos días a la prensa -- al menos en los países desarrollados -- se la puede encontrar en la Internet, las líneas del telefax o las ondas de radio.
Por definición, una sociedad que se gobierna a sí misma tiene que tomar sus propias decisiones. No puede hacer eso sin disponer de información sólida, fermentada con un intercambio abierto de opiniones. Abraham Lincoln formuló esté concepto de la manera más suscinta posible cuando dijo: "Que el pueblo conozca los hechos, y el país estará a salvo".
Algunos considerarán un poco ingenuo el punto de vista de Lincoln, dadas las complejidades y tecnologías del siglo XX; pero la necesidad de que haya una prensa pública ha sido una de las piedras fundamentales del sistema norteamericano casi desde sus comienzos.
Thomas Jefferson abrigaba sentimientos tan fuertes acerca del principio de la libre expresión que dijo algo que los que no son demócratas deben considerar absurdo: "Si yo tuviera que decidir entre un gobierno sin prensa y una prensa sin gobierno, no vacilaría un instante en preferir lo segundo".
Lo que implican estas palabras es que el autogobierno es más importante que el gobierno mismo. Algo que no es quizás tan absurdo si uno acaba de librar una guerra contra un gobierno opresor.
Luego de la exitosa revolución norteamericana, se decidió que, en realidad, debería haber un gobierno, pero sólo si fuera responsable ante el pueblo. El pueblo, a su vez, sólo podía hacer responsable al gobierno si sabía lo que ese gobierno hacía y podía interceder, si fuera necesario, utilizando, por ejemplo, la papeleta del voto. Esta función de "perro guardián" la asumió, en consecuencia, una prensa ciudadana y, como resultado, al gobierno de Estados Unidos se lo ha mantenido fuera del negocio de la prensa. Los únicos medios de comunicación de propiedad del gobierno o controlados por él en Estados Unidos son aquellos que transmiten al extranjero, tales como la Voz de los Estados Unidos de América. Por ley, a este servicio no se le permite transmitir dentro del país. En Estados Unidos hay un subsidio gubernamental parcial en favor de la radio y la televisión públicas, pero ciertas salvaguardias las protegen de la interferencia política.
Debido a que la Constitución es la ley máxima del país, cualquier intento de los tribunales, los legisladores y los funcionarios de ejecución de la ley de debilitar las libertades protegidas por aquélla, tales como la libertad de expresión, pueden en general prevenirse.
Algo bien simple en teoría, pero, ¿cómo ha funcionado en la práctica? En términos generales, bastante bien, aunque al concepto de una prensa libre se lo impugna y se lo defiende día a día en una u otra comunidad a través del país. La prensa norteamericana siempre ha sido influyente, a menudo poderosa y en ocasiones se la ha temido, pero raramente se ha sentido amor por ella. De hecho, los periodistas se ubican hoy en los escalones más bajos de la popularidad pública. Se los considera por un lado demasiado poderosos, y por el otro indignos de confianza.
En sus primeros tiempos, la prensa norteamericana era poco más que una industria del panfleto, de propiedad de intereses políticos en competencia o afiliada a ellos e incursa en una guerra de propaganda constante. Que inspirara o no confianza no era un problema. Lo que hizo que la prensa se convirtiera en un instrumento de la toma de decisiones democrática fue la variedad de opiniones. De un modo u otro, la verdad común a todas ellas se las arregló para surgir de una pila caótica de información e información falsa. El resultado fue una búsqueda de la objetividad.
Muchos críticos han puesto en tela de juicio si existe algo como la "objetividad". De hecho, ningún ser humano puede ser verdaderamente objtivo; sólo en la búsqueda de la verdad podemos ir en procura de la objetividad y la imparcialidad. Los periodistas pueden tratar de mantener sus opiniones personales fuera de la noticia, y emplean una cantidad de técnicas para hacerlo, tales como obtener y citar múltiples fuentes y puntos de vista opuestos.
La cuestión es si la verdad siempre está al servicio del público. En ocasiones, la verdad puede causar daño. Si el reportaje sincero de un pequeño conflicto comunal en, digamos, el Africa, desemboca en más desasosiego civil, ¿se presta realmente un servicio al público? Los puristas del periodismo -- a menudo aquellos que están cómodamente sentados lejos del conflicto -- dicen que su trabajo no consiste en arrogarse poderes divinos en tales asuntos, y que no se debe "matar al mensajero de desgracias". Este es, sin duda el acertijo más perturbador del periodismo, y fuerza los profesionales de mente imparcial (sí, todavía los hay) a situarse en un plano intermedio que podría denominarse de "moderación responsable".
Sin embargo, si uno adopta el punto de vista rígido de que siempre es necesario controlar la verdad -- o cree en lo que dijo Lenin acerca de que la verdad actúa de una manera parcializada -- se abre de par en par la puerta a abusos enormes, como lo ha demostrado la historia una y otra vez. Es esta comprensión (y este temor) lo que movió a Jefferson a enunciar ese absurdo acerca de la importancia suprema de una prensa libre de censura.
Lo que Jefferson y los redactores de la Constitución no podían prever, sin embargo, fue cómo se expandirían y explotarían el concepto simple de la libre expresión las fuerzas modernas del mercado. En tanto que los medios de comunicación de escasos recursos luchan todavía en la mayoría de los países en desarrollo para impedir que los gobiernos supriman noticias que en Occidente se da por sentado que pueden difundirse, a los medios de comunicación masiva de Norteamérica, Gran Bretaña, Alemania y otras partes del mundo les preocupa su función como empresas capaces de obtener ganancias y la tarea de asegurarse un lugar en la supercarretera electrónica del mañana. En un ambiente tal, la verdad en el servicio público parece casi un extraño anacronismo.
¿Es el impulso capitalista un obstáculo inherente para el buen periodismo? En cierto sentido, el mercado puede ser el aliado más bien que el enemigo de los medios de comunicación fuertes y libres. Para que el público crea en lo que lee, oye y ve a través de los medios de comunicación masiva, el "producto" debe ser digno de fe. De otro modo, el público no aceptará el producto y la firma perderá dinero. De modo que la obtención de ganancias y el servicio público pueden ir codo a codo. El punto clave es o que hace con su dinero una firma de medios de comunicación masiva. Si usa una porción significativa de ese dinero para mejorar su capacidad de recolección de noticias y mercadeo y eliminar el tener que depender de otros para sobrevivir (por ejemplo, los subsidios estatales, las compras de papel de imprenta o el acceso a los servicios de imprenta), el producto mejora, y se sirve el interés del público. Si usa sus ganancias primordialmente para hacer ricos a sus dueños, lo mismo podría estar vendiendo pasta dentífrica. La Prensa y el Público
Lo que presupone este argumento es que el público, abrumadoramente, quiere creer en lo que dicen sus medios de comunicación masiva, y que usará esta información digna de fe para gobernar activa y razonablemente sus asuntos públicos. Desafortunadamente, esta presunción no es tan válida como lo era en épocas más simples. En las sociedades ricas de hoy, los consumidores de los medios de comunicación masiva buscan más y más entretenimiento, y la veracidad de las noticias que difunden esos medios (incluso su credibilidad aparente) es menos importante que su capacidad de atraer una audiencia. Esta tendencia no pasa desapercibida para los grandes conglomerados de los medios de comunicación masiva, tales como Time-Warner, Disney/ABC y el imperio mundial de los medios de comunicación masiva construido por Rupert Murdoch. Puede argumentarse que estas compañías han creado tanta de la demanda pública de entretenimiento incesante como han tratado de satisfacerla.
Pero, se dirá, obsérvese la nueva tecnología que puede penetrar en cualquier sistema de censura del mundo. Obsérvense las opciones de que dispone hoy la gente. Obsérvese cuán accesible es hoy la información. Sí, las opciones pueden ser mayores, pero se puede argüir que que no son más profundas, que el gran capital reemplaza productos y servicios de calidad con aquellos que sólo tienen el máximo atractivo masivo. La mesa del banquete puede ser más grande, pero si sólo contiene alimentos que no nutren, ¿hay realmente más opciones? Por ejemplo, la declinante capacidad de leer y escribir es un problema real en lo que se conoce como el mundo desarrollado. Esa es una de las razones por las que a los periódicos les preocupa tanto su futuro. Pero si el pánico hace que los medios de comunicación masiva impresos corran a refugiarse en la Internet y la televisión por cable para poder servir a una audiencia cuyo intervalo de atención se ha reducido, es difícil percibir cómo se servirá la causa de la alfabetización.
De qué manera concierne todo esto a las democracias que surgen en todo el mundo. Por cierto que la experiencia norteamericana, con toda su confusión, ofrece un precedente útil, ya que no siempre puede servir de modelo.
Por ejemplo, cuando se habla de medios de comunicación masiva independientes, es necesario incluir como prerrequisito, además de la independencia política, la independencia económica. El modelo norteamericano de generación de ganancias, con su fuerte dependencia de la publicidad, resulta sumamente sospechoso en muchos países que fueron comunistas, pero hay que ponderar las alternativas. ¿Son menos aprisionantes los subsidios del gobierno y los partidos? Si los periodistas sienten tanto temor de contaminarse con la presión de los anunciantes, pueden levantar paredes internas entre las funciones noticiosas y comerciales, similares a las que las que los periódicos norteamericanos levantaban a principios de este siglo.
Si temen que se contamine políticamente el proceso de recolección de noticias, pueden levantar otra pared que separe la sala de redacción del departamento editorial, otro concepto importante en el periodismo norteamericano moderno.
En muchas de las nuevas democracias, el problema consiste en que los periodistas que en una época tuvieron que seguir la línea del único partido hacen un solo concepto de la independencia y la oposición. Porque hablan en contra del gobierno, dicen que son independientes. Pero, ¿no han cambiado simplemente una afiliación por otra? En una prensa partidista hay poco espacio para la verdad desnuda.
¿Es la objetividad un lujo en las sociedades que sólo recientemente han empezado a disfrutar de la libertad de expresar sus opiniones? Oigamos el comentario del director de un periódico lituano, hecho poco después de que su país obtuvo la independencia: "Quiero que mis lectores sepan para qué tienen la cabeza". Sus lectores estaban acostumbrados a que se les dijera no sólo en qué pensar, sino cómo pensar. La democracia requiere que el público escoja y tome decisiones. Este director quería, con artículos que informaran pero que no pasaran juicio, preparar a los ciudadanos para ejercer esa responsabilidad. La circulación del periódico aumentó.
Aunque cerca del 60 por ciento de las naciones del mundo de hoy se declaran democráticas -- un cambio fundamental en relación con apenas una década atrás -- la mayoría de ellas, empero, han instituido leyes de prensa que prohiben informar sobre toda una gama de temas, qeu van de las actividades y operaciones internas del gobierno a las vidas privadas de los dirigentes. Algunos de estos son esfuerzos bien intencionados para "preservar la estabilidad pública". Pero todos ellos, TODOS ellos, socacan el concepto del autogobierno.
La función de perro guardián de la prensa puede parecer a menudo inspirada en un espíritu mezquino. Cómo se protegen el gobierno y el público de los excesos de la prensa? En Estados Unidos, se lo hace de varias maneras. Una, por ejemplo, es el "ombudsman" (conocido en ciertos países como el procurador o el defensor del ciudadano). En este caso, las organizaciones noticiosas emplean un crítico interno para oír las querellas del público y publicar o difundir sus juicios. Otra consiste en la creación de consejos ciudadanos que oyen las querellas que presenta el público contra la prensa y luego emiten veredictos, a los cuales, aunque no tengan fuerza de ley, se los difunde ampliamente.
Por último, está la legislación sobre difamación y calumnia, que es lo más efectivo de todo. En Estados Unidos, un ciudadano puede obtener de una organización noticiosa una indemnización monetaria substancial si prueba ante un tribunal que aquella incurrió en difamación o calumnia. A un funcionario público o un personaje célebre le resulta mucho más difícil que a un ciudadano común y corriente ganar un caso por difamación y calumnia contra la prensa, porque los tribunales han determinado que la notoriedad es una consecuencia de la exposición pública. En la mayoría de los casos, el demandante debe probar que hubo premeditación.
No hay nada en la Constitución de Estados Unidos que diga que la prensa debe ser responsable y debe rendir cuentas. Estos requisitos quedaron reservados para el gobierno. En una democracia de mercado libre, el pueblo -- es decir, los votantes y el público comprador -- decide en último término cómo debe actuar su prensa. Si por lo menos no queda como fuerza motivadora de los medios de comunicación masiva del futuro un resto de la obligación de decir la verdad como un servicio público, en mi opinión ni el periodismo libre ni la verdadera democracia pueden abrigar grandes esperanzas.
La naturaleza y el empleo de la nueva tecnología no constituyen el problema esencial. Si a los verdaderos periodistas les preocupa su futuro en una era en que cualquiera que tenga una computadora puede llamarse a sí mismo periodista, entonces la profesión tiene que demostrar que es algo especial, que ofrece algo de valor real y puede probarlo ante el público. Existe hoy todavía una necesidad - - tal vez más que nunca antes -- de identificar lo que tiene sentido en medio del absurdo, de separar lo importante de lo trivial y, sí, de decir la verdad. Estas metas constituyen todavía el mejor mandato de una prensa libre en una democracia.
La admonición de George Washington, expresada en la convención constitucional, todavía tiene validez: "Alcemos una bandera a la que puedan acudir los sabios y los honrados".
Temas de la
Democracia
Publicación Electrónica de USIS, Vol.
2, No. 1, febrero de 1997