Por Laura Shaine Cunningham
Algunas veces, en la ma��na, entre los sue��s y el despertar, confundo el pasado con el presente. Oigo a una peque�� ni�� que llorando llama a su madre y, por un instante, imagino que soy yo quien llora. "Mam?, todav�� me recuerda a mi madre y la llamada hace eco de una necesidad que de alguna forma nunca ha sido satisfecha, pero, en este momento la llamada proviene de mis peque��s hijas y soy yo quien debe proveer el bienestar y quien debe responder. Toco el piso corriendo. En la penumbra que precede al amanecer corro, casi ciega, sin mis lentes de contacto, hacia la borrosa atm��fera de temores infantiles. En medio de esta neblina suena la alarma en mi subconsciente. Es f��il recordar otro hogar, otros tiempos, otro pedido de ayuda. Mis hijas tienen ahora ocho y seis a��s. Cuando yo ten�� ocho a��s mi pesadilla era real, mi madre hab�� muerto. En las sombras que nos rodean, regreso mentalmente a esos tiempos pasados, al apartamento en Nueva York que compart�� con mi madre y m�� tarde, despu�� de su muerte, con sus hermanos, mis t��s. Los t��s permanecieron conmigo durante los ocho a��s siguientes. Fue un paso enorme para mis t��s; desde hac�� tiempo llevaban vidas separadas, aunque similares, solitarias, en barrios diferentes. Mi t�� Len hab�� cultivado un aire de misterio, se hospedaba en hoteles, aparentemente utilizaba nombres supuestos y hac�� alusi�� a un trabajo "secreto". Durante a��s cre?que era esp��. (Ya en mis a��s adultos deduje que hab�� sido economista y que a veces trabajaba como detective privado). Fue tambi�� escritor de relatos policiales en los que figuraban personajes como ��, hombres gigantes, vestidos desgarbadamente con sombrero y abrigo, que viajaban de inc��nito a lugares ex��icos. Len viajaba con poco; como sol�� decir, llevaba su ropa en un sobre de papel manila. Cuando vino a vivir conmigo, lo hizo con un archivo, no con un cami�� lleno de cajas. Su hermano menor, Gabe, dos a��s m�� joven, ten�� 38 a��s cuando se traslad?a mi casa y era muy diferente de Len. A Gabe le gustaba mucho cantar y los juegos de ni��s. Cantaba d�� y noche. No sab�� nada de la vida de hogar. Las mujeres del vecindario consideraban a mis dos t��s exc��tricos o acaso enajenados mentales. A este hogar lleg?pronto una cuarta persona, mi abuela Etka, procedente de Rusia. Ten�� 80 a��s cuando se instal?en nuestra casa y yo ten�� ocho a��s. Compart��mos una alcoba que llam��amos el cuarto de las ni��s. Tambi�� compart��mos nuestros terrores nocturnos; Etka tambi�� se despertaba pidiendo ayuda, desconcertada por fantasmas. Algunas noches mi abuela, veterana de cinco partos en casa, imaginaba que hab�� dado a luz a un beb?y que ��te se hab�� perdido entre la ropa de su cama. Mis t��s corr��n a consolarla. Hoy en d�� si mis hijas lloran suficientemente fuerte despiertan a uno de esos mismos t��s. Len, tiene 84 a��s de edad, vive con nosotros. (Gabe, que se cas?hace casi 30 a��s, vive en Israel). "��asa algo?", llama preguntando . El sonido de su voz, la misma voz que en mi ni��z me tranquilizaba cuando ten�� pesadillas ahora nos calma a todos. Mi vida actual no s��o repite sino que adapta el patr�� que ha dado forma al tejido de la historia de nuestra familia. La diferencia clave quiz�� est?en que lo que era extra�� en los a��s cincuenta, ahora ha llegado a ser menos raro. Cuando nac? las familias creadas deliberadamente por mujeres solteras eran algo casi desconocido en la clase media estadounidense. Mi madre se adelant?a la tendencia. Cuando me trajo al mundo, mi madre era una mujer de carrera, soltera, ten�� 35 a��s de edad. En esos tiempos m�� tradicionales se vio obligada a tejer un tapiz de mentiras blancas para cubrir la verg��nza y el esc��dalo. Invent?la leyenda de mi padre, Larry, mi hom��imo, un "h��oe de la guerra", muerto en ultramar. Era el soldado m�� hermoso, m�� valiente, el mejor bailar��, el piloto m�� decorado. Cuando ella muri?me dej?la leyenda y una fotograf��. Todav�� tengo la instant��ea en un archivo que procuro no abrir nunca. No era una fotograf�� n��ida, pero ahora est?m�� desvanecida y se ha resquebrajado, igual que mi creencia en el hombre cuya imagen representa. Ahora no estoy segura de si ese hombre era mi padre. Pudo ser un substituto, algo tangible que mi madre quer�� mostrarme. Con todo, la fotograf�� es algo querido para mi. Mis hijas son adoptivas; es muy probable que hayan nacido fuera del matrimonio, igual que yo. Ambas eran hu��fanas, consecuencia de la situaci�� pol��ica en sus diferentes pa��es de origen. En nuestro c��culo de amigos y conocidos hay muchos otros ni��s que han sido adoptados, algunos con precedentes similares. Quiz?seamos la nueva familia "t��ica", madres solteras con hijas adoptivas de razas mezcladas. Es posible que el hogar homog��eo sea tambi�� cosa del siglo que acaba de pasar. Por tanto, la intimidad del hogar se ha abierto para acomodar a refugiados de disturbios extranjeros. La biograf�� de las ni��s es tambi�� la historia de sus respectivos pa��es. Mi hija mayor, Sasha, naci?poco despu�� de la revoluci�� rumana. La dictadura hab�� prohibido el aborto y toda forma de control de la natalidad, lo que dio como resultado miles de embarazos no deseados y beb�� para adoptar. Mi hija menor, Jasmine, es miembro de un tipo de triste hermandad, 300.000 ni��s abandonadas cada a�� debido a la pol��ica China de "un solo hijo", lo que hace horriblemente pr��tico poner a la primera hija en un orfanato en espera del hijo deseado en el pr��imo embarazo. A los 43 a��s, me encontraba en la situaci�� de una madre soltera, lo mismo que mi madre. Me hab�� divorciado despu�� de 27 a��s de matrimonio. ��or qu? ��ue una cuesti�� personal? Parcialmente, desde luego. Sin embargo, ��uimos tambi�� parte de un fen��eno mayor, la explosi�� de la "familia nuclear"? Lo que me reconcilia con mi propia historia fracturada es que el esfuerzo combinado de mi esposo y m�� rescat?a dos reci�� nacidas de una situaci�� mucho m�� grave que aquella a la que inadvertidamente las sometimos --nuestro divorcio. Conf�� en que nuestro "hogar deshecho" sea mejor que un orfanato. Ciertamente es el mejor y ��ico refugio que puedo ofrecerles. Las ni��s duermen juntas, la mayor�� de las veces arrimada la una a la otra, sin que nada perturbe su mundo amable. Sin embargo, s? por la experiencia de mi infancia, cuando perd?a mi madre, a quien recuerdo bailando una semana antes de morir, que toda seguridad es una ilusi��. S��o la suerte, fr��il como una membrana, nos separa del posible desastre de cada momento. En mi torpe despertar de cada d��, cuando levanto a mis hijas, las animo y cumplo apresuradamente con el ritual de las ma��nas, estoy consciente de que a pocos pasos, en otra habitaci�� en el pasillo, mi t�� Len tambi�� se despierta, o quiz? m�� exactamente, todav�� est?despierto. Asegura que nunca duerme, simplemente descansa. Recuerdo su figura, que conozco desde mi infancia, sentado en su sill�� de orejas; dec��mos que ten�� "aire de Monumento a Lincoln", en honor a su h��oe, el gran presidente de Estados Unidos, a quien Len todav�� tiene alg�� parecido. As?que, despu�� de todo, las ni��s y yo tenemos nuestro h��oe en el frente dom��tico, tan legendario como mi padre. A los 84 a��s de edad todav�� se las arregla para moverse con rapidez si una de las peque��s lo llama. Da a mis hijas lo que siempre me dio, cari�� y aprobaci�� sin l��ites. Sus comentarios deshilvanados son un continuo elogio del d�� al que llama "las adorables". Son las m�� inteligentes, las m�� bonitas, las m�� talentosas. Pintan como Picasso, cantan como estrellas de ��era. Tienen embrujado al t�� Len. Toda familia es una cultura en s?misma y la nuestra difiere en sus detalles de la de otros hogares. Tenemos nuestro propio lenguaje de amor, nuestras costumbres, nuestras canciones. Con todo, el prop��ito de toda familia se mantiene constante, la protecci�� de la ni��z, la inclusi�� de generaciones pasadas, la necesidad que tenemos el uno del otro. De esta manera seguimos nuestras vidas, cantando, pintando, decorando nuestras paredes con dise��s personales. Bajo nuestro techo residen tres generaciones, otro aspecto de mi hogar original que se repite. Aunque mi abuela se comportaba como hermana menor envejecida (me birlaba mi bisuter�� e incluso mi ropa), tambi�� me ense�� a decir "te amo" en ruso. La citamos todos los d��s. Era peque��, de ojos tan brillantes como granos de caf?expreso, hasta que uno de ellos se nubl? opacado por una catarata. Algunas veces, como lo hace todav�� mi t�� Len, ve�� claramente a trav�� del tiempo y la neblina de la edad avanzada. Una noche, me agarr?el abrazo con presi�� tan fuerte como las barras que la aseguraban a la cama en la noche, y me dijo, "Mi vida pasa como un sue��". Pienso en esas palabras mientras corro al cuarto de mis hijas. Corro precipitada para ganarle a sus temores, para brindarles el ��ico alivio que puedo, el consuelo eterno de toda madre en todo momento: "No llores, mam?est?contigo". ---------- Laura Shaine Cunningham es autora de una memoria A Place in the Country, y de Sleeping Arrangements y otras novelas. Copyright © 2000 The Hearst Corporation, cortes�� de Harper's Bazaar de donde este art��ulo fue reimpreso.
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