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"El bipartidismo en política exterior está profundamente arraigado en la cultura política estadounidense", afirma el autor. En un estudio de las elecciones presidenciales desde 1952 hasta el presente, describe cómo los que han conseguido llegar a la presidencia "han seguido la línea" marcada por sus predecesores en sus relaciones con otros países. Durante la guerra fría, los gobiernos tanto demócratas como republicanos "abogaron por la contención de la Unión Soviética y la evitación de la guerra mundial, y después de 1989 mantuvieron a Estados Unidos profundamente involucrado en los asuntos mundiales". Schulzinger es catedrático de Historia de la Universidad de Colorado, en Boulder. Ha sido consultor de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado y actualmente es miembro de la Comisión consultiva sobre publicaciones históricas del Departamento de Estado. Ha publicado varios libros, entre ellos American Diplomacy in the Twentieth Century, Present Tense: The United States since 1945, Henry Kissinger: Doctor of Diplomacy, y The Wise Men of Foreign Affairs: The History of the Council on Foreign Relations.
Seis de las once elecciones presidenciales celebradas desde la Segunda Guerra Mundial han dado como resultado un cambio de partido político en la Casa Blanca. Tres veces, los republicanos sustituyeron a los demócratas (1952, 1968 y 1980) y otras tres, los demócratas desplazaron a los republicanos (1960, 1976 y 1992). Durante cada una de esas campañas, el candidato vencedor había prometido una política exterior completamente distinta de la que seguía el presidente en activo del otro partido. Sin embargo, una vez investido con su cargo, seguía las líneas de las relaciones de su predecesor con otros países. El bipartidismo en política exterior está profundamente arraigado en la cultura política estadounidense.
El proceso comenzó en la campaña de 1952 cuando Dwight D. Eisenhower, el candidato republicano, prometió ir más allá de la política de contención de la Unión Soviética del presidente Truman y "dar marcha atrás" a los avances de los comunistas en Europa oriental y Asia. Sin embargo, una vez que asumió la presidencia, Eisenhower ordenó un estudio a fondo de la política exterior de Estados Unidos que permitió llegar a la conclusión de que la base de la política exterior del país debía ser la lenta y paciente contención de la agresión soviética. Durante su segundo mandato, Eisenhower adoptó una política aun más moderada, al procurar la distensión con una nueva generación de líderes soviéticos.
Lo que Eisenhower consideraba medidas prudentes hacia la relajación de la tensión entre las superpotencias, algunos demócratas prominentes que buscaban la nominación de su partido en 1960 calificaron despectivamente de peligroso descuido de la defensa nacional. Uno de ellos, John F. Kennedy, hizo de la restauración del poderío militar del país y la firmeza con la Unión Soviética el centro de su programa de política exterior en su triunfante campaña por la presidencia. En sus primeros 21 meses en el cargo, Kennedy se enfrentó a los estados comunistas y a los movimientos revolucionarios, especialmente los del mundo en desarrollo, más vigorosamente que lo había hecho Eisenhower en 1959 y 1960. Pero después de llegar al borde de la guerra durante la crisis de los proyectiles cubanos en octubre de 1962, amplió de manera radical el alcance de los anteriores esfuerzos de Eisenhower para reducir el peligro de guerra nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética.
Cuando el republicano Richard Nixon ganó la presidencia en 1968, frente al demócrata Hubert Humphrey, prometió "la paz con honor" en la guerra de Vietnam que había causado tan profundas divisiones en el país. Humphrey perdió las elecciones por medio porcentaje porque al fin, no hubo suficiente número de estadounidenses que creyeran que se había distanciado suficientemente de la enormemente impopular política de la guerra de Vietnam del presidente Lyndon B. Johnson. No obstante, cuando Nixon llegó a la presidencia, adoptó una política que había formulado el gobierno de Johnson, la vietnamización, que dejaba a Vietnam del Sur más a cargo de la lucha. Nixon y Henry Kissinger, su asesor principal de asuntos exteriores y secretario de Estado, tuvieron un gran éxito público por promover la distensión con la Unión Soviética, descongelar las relaciones con la República Popular de China y abrir el camino hacia la paz entre árabes e israelíes. El origen de todas estas iniciativas se puede hallar en planes elaborados durante el gobierno de Johnson.
Para 1976, la política exterior de Kissinger había perdido su lustre. El demócrata Jimmy Carter ganó la presidencia ese año, en parte, por sus ataques a la indiferencia altanera de Kissinger frente a los abusos de los derechos humanos en el extranjero y su preocupación con las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética. En 1977 y 1978, el gobierno de Carter sí prestó más atención a las relaciones entre los mundos desarrollado y en desarrollo, pero en 1979 y 1980, Estados Unidos se concentró una vez más en sus relaciones cada vez más tensas con la Unión Soviética. La invasión de Afganistán por la Unión Soviética en diciembre de 1979 conmocionó al país. En el último año de su presidencia, Carter había propuesto el mayor aumento del presupuesto de defensa de los últimos 20 años. Pero el nuevo descubrimiento del peligro de la Unión Soviética no le pudo salvar de la derrota frente al republicano Ronald Reagan, que llegó en 1981 a la presidencia con el programa más enconadamente antisoviético de todas las campañas presidenciales desde 1952. En la práctica, sin embargo, Reagan confirmó la norma de seguir en líneas generales la política exterior del presidente anterior. El aumento del poderío militar del primer mandato de Reagan se ajustaba a los planes de las peticiones finales de defensa de Carter. En su segundo mandato, Reagan, que anteriormente había hecho mofa de la distensión como algo que prometía "la paz de la tumba", se convirtió en el defensor más entusiasta de reducir las tensiones entre Estados Unidos y la Unión Soviética.
Cuando alguien le preguntó a Reagan en su visita a Moscú de 1988 por qué había abandonado su acerba retórica antisoviética, respondió: "Han cambiado". Efectivamente, habían cambiado. Para fines de 1991, la Unión Soviética se desmoronó internamente y dejó de existir. La guerra fría, que había constituido el eje de la política exterior de Estados Unidos durante cuarenta años, había terminado dos años antes, al comienzo de la presidencia del republicano George Bush. En la época que siguió a la guerra fría, Bush fue muy aclamado por su habilidad en política exterior, especialmente, en el establecimiento de la coalición multinacional que expulsó a las tropas iraquíes de Kuwait en 1991.
La política exterior pasó a ocupar un plano claramente secundario en la campaña electoral de 1992. Sin embargo, el vencedor, el demócrata Bill Clinton, si bien reservó sus más agudas críticas a la incompetente administración de la economía nacional por Bush, prometió dar una orientación diferente a la política exterior. Clinton atacó la indiferencia de Bush frente a los abusos de los derechos humanos en China, su falta de interés en intervenir militarmente en la guerra de Bosnia y su aparente hostilidad ante los refugiados que huían de la represión en Haití. Una vez en el cargo, sin embargo, Clinton, como los presidentes que le habían precedido, adoptó una política exterior que difería menos marcadamente de la que había seguido su predecesor de lo que permitiría suponer la retórica de su campaña. Como Bush, Clinton trató de mantener relaciones políticas y comerciales cordiales con la República Popular de China, pese a las violaciones de los derechos humanos de dicho país. Clinton decidió inmediatamente no entrar en la guerra en Bosnia, aunque su gobierno medió felizmente un acuerdo de paz entre las facciones en conflicto en Bosnia en 1995. En el caso de Haití, Clinton siguió inicialmente la política del gobierno de Bush, que él mismo había condenado, de devolver los refugiados a su país; pero en 1994, su gobierno adoptó medidas más enérgicas para restaurar el gobierno democrático en la isla.
En las elecciones de 1996, el candidato republicano Bob Dole ha criticado la política exterior de Clinton por su falta de coherencia, excesiva dependencia en las Naciones Unidas y falta de voluntad de usar la fuerza militar debidamente. Sin embargo, como senador, Dole había apoyado el despliegue de fuerzas estadounidenses en Bosnia ordenado por Clinton a finales de 1995. Cuando el gobierno de Clinton lanzó proyectiles de crucero contra Irak en represalia por el ataque de este país a ciudades kurdas en septiembre de 1996, Dole respaldó la operación militar.
Por mucho que los candidatos presidenciales desde el fin de la Segunda Guerra Mundial se hayan esforzado por acentuar las diferencias entre sus posturas y las de sus rivales, la política exterior de los gobiernos demócratas y republicanos durante y después de la guerra fría ha sido asombrosamente similar. Durante la guerra fría abogaron por la contención de la Unión Soviética y la evitación de una guerra mundial, y después de 1989 mantuvieron a Estados Unidos profundamente involucrado en los asuntos mundiales.
Los votantes de Estados Unidos también elegirán un nuevo Congreso en 1996. Los republicanos pueden conservar sus mayorías actuales en la Cámara de Representantes y en el Senado o los demócratas pueden volver a tomar ambas cámaras. Pero sea cual fuere el partido que controle el Congreso, la experiencia de los años posteriores a la guerra fría indica la continuación del bipartidismo en la política exterior de Estados Unidos. Durante 22 de los últimos 50 años, un partido ha controlado simultáneamente la presidencia y ambas cámaras del Congreso; durante 22 años, un partido ha ocupado la presidencia y el otro ha tenido la mayoría en ambas cámaras, y durante seis años, los dos partidos se han repartido el control del Congreso.
El Congreso y el presidente a menudo han disentido en cuestiones de política exterior. Sin embargo, lo sorprendente es que su desacuerdo no lo es tanto entre partidos como respecto a cuestiones determinadas. Por ejemplo, el gobierno demócrata de Truman tuvo el apoyo de un Congreso republicano en 1947 y 1948 para la creación del Plan Marshall y la promulgación de la doctrina Truman. En cambio, el gobierno demócrata de Johnson fue atacado por los miembros demócratas del Congreso a causa de la guerra de Vietnam.
Es cierto que cuando los demócratas controlaban el Congreso en 1993 y 1994, el gobierno de Clinton disfrutó de un apoyo más amplio de los legisladores en cuestiones de política exterior que durante el Congreso republicano de 1995 y 1996. Pero los últimos dos años muestran que el ejercicio del gobierno templa las posturas más extremas expresadas en el ardor de la campaña electoral. Cuando los republicanos organizaron el Congreso en 1995, parecían dispuestos a eliminar agencias de asuntos exteriores, reducir la asistencia exterior y cortar por lo sano las políticas comerciales y de derechos humanos del gobierno de Clinton. No obstante, en 1996, los legisladores republicanos trataron de hallar puntos comunes con la política exterior del gobierno de Clinton.
Desde el fin de la guerra fría ha existido un amplio consenso en Estados Unidos sobre la política exterior del país. Recientes sondeos de opinión indican que, pese a los desacuerdos en cuanto a estilo y detalles, la mayoría de los estadounidenses consideran fundamental que Estados Unidos intervenga activamente en el mundo. Creen que es necesario tener amigos y aliados en un mundo todavía peligroso. Piensan que la fuerza militar sigue siendo un elemento importante en los asuntos mundiales. Desean que Estados Unidos promueva la democracia, los derechos humanos, los mercados abiertos y el libre comercio. La experiencia de los últimos 50 años indica que tanto un segundo gobierno de Clinton como una nueva presidencia de Dole adoptarán estos criterios básicos de política exterior.
Agenda de la
política exterior de los Estados Unidos de
América
Publicaciones Electrónicas del
USIS, Vol. 1, No. 14, Octubre de 1996.