El Congreso republicano no es aislacionista, sostiene este autor, a pesar de los temores en contrario que van "mucho más allá de lo que los hechos justifican". Rodman, quien trabajó en las administraciones republicanas de Nixon, Ford, Reagan y Bush, dice que aunque existen diferencias entre los partidos Republicano y Demócrata, ambos comparten "una fuerte posición intermedia que representa continuidad en cuanto a los elementos más importantes del papel que desempeña Estados Unidos en el mundo". Rodman fue asesor adjunto del presidente para Asuntos de Seguridad Nacional y director de la Asesoría de Planificación Política. Actualmente es director de los programas de seguridad social en el Centro Nixon para la Paz y la Libertad y redactor principal de la publicación National Review.
El final de la Guerra Fría hizo brotar en todos los países democráticos industrializados un suspiro de alivio y en muchas partes la cómoda ilusión de que los problemas económicos y sociales internos serían ahora la única preocupación del gobierno. Ello no estuvo totalmente errado, dado el entorno más benigno de seguridad que siguió a la desintegración del imperio soviético. No obstante, la paz y la seguridad y la independencia nacional no están garantizadas automáticamente; hay que mantenerlas con esfuerzo y desvelo. Y sobre Estados Unidos recae una responsabilidad especial porque muchas otras naciones confían en que desempeñe un papel principal en los asuntos mundiales. Para muchas otras naciones el temor al aislacionismo estadounidense es profundamente inquietante y vuelve inestable el orden internacional.
Es desafortunado, por lo tanto, que sucesos políticos recientes en Estados Unidos hayan revivido tales temores mucho más allá de lo que los hechos justifican. El resurgimiento republicano en el Congreso en 1994 transformó la política estadounidense. No ha sido raro, en la historia reciente, tener un presidente de un partido y un Congreso dirigido por el otro, pero no habíamos tenido la alineación actual (un presidente demócrata y un Congreso republicano) desde finales de los años cuarenta, cuando ocurrió durante un período breve.
Del lado bueno del balance, el término "aislacionista" todavía es un epíteto negativo en el discurso político estadounidense; sigue siendo una posición que no es respetable. Del lado malo, ese epíteto se ha lanzado con bastante descuido en nuestras últimas batallas políticas internas, algunas veces en busca de ventaja propia (inclusive lo ha hecho el presidente Clinton) y la impresión que se da a los amigos de Estados Unidos, que observan ansiosos desde el exterior, puede ser engañosa.
El Congreso republicano no es aislacionista. Ni lo es el pueblo estadounidense. Han tenido lugar algunos debates exuberantes y ha habido gran controversia en los últimos tres años, pero al analizar los temas de esos debates y esas controversias resulta que son más complicados que lo que generalmente se aprecia. Una vez más, las notas necrológicas del internacionalismo estadounidense son prematuras.
Política republicana
En Estados Unidos cada uno de los dos partidos políticos carga con sus propios demonios con los que tiene que lidiar. Las presiones populares en el país se concentran hoy más que antes en las prioridades internas. En el Partido Demócrata se alojan muchos elementos proteccionistas y hay un residuo de aislacionismo liberal que quedó después de la época de Vietnam. Muchos republicanos se sienten felices al regresar a su aislacionismo anterior a Pearl Harbor, ahora que se ha dado muerte al dragón del comunismo; esta actitud fue patente en la aspiraciones de Patrick Buchanan a la candidatura presidencial y en muchos de los nuevos miembros republicanos del Congreso elegidos desde 1990.
No obstante, lo primero que debe subrayarse en cuanto a los republicanos es que el liderazgo del partido permanece sólidamente internacionalista. Bob Dole, ex líder de la mayoría en el Senado y actualmente el principal aspirante del Partido Republicano a la presidencia, y otros líderes republicanos claves en el Senado, como John McCain y Richard Lugar, pertenecen claramente a la tradición del internacionalismo bipartidario posterior a la Segunda Guerra Mundial. Los otros aspirantes a la candidatura presidencial republicana, excepto Buchanan, lo eran también. El senador Phil Gramm es un ardiente defensor del comercio libre. El general Colin Powell es internacionalista. El carácter decisivo de la derrota de Buchanan en las elecciones primarias aseguró la inclusión de esta filosofía internacionalista en el programa republicano y en la posición del partido en la campaña presidencial del otoño.
En la Cámara de Representantes su presidente, Newt Gingrich, y los representantes Benjamin Gilman, presidente de la Comisión de Relaciones Internacionales, y Christopher Cox, quien preside la Comisión de Política Republicana de la Cámara de Representantes, forman parte del liderazgo del partido en asuntos de relaciones exteriores y pertenecen a la misma tradición internacionalista. Ellos son quienes establecen la política del partido, no los representantes recién elegidos.
Es difícil caracterizar esa política de aislacionista cuando incluye:
En general, los republicanos han hecho hincapié en el compromiso de Estados Unidos a mantener sus alianzas tradicionales y han adoptado una perspectiva geopolítica más sensata en cuanto al poder emergente de Rusia y China. Cualesquiera que sean los desacuerdos tácticos entre el presidente y el Congreso, y a menudo han sido solamente tácticos, la lista que se acaba de hacer muestra lo absurdo de la etiqueta de "aislacionista".
Los republicanos sí atacaron la política del presidente Clinton en forma más encarnizada en algunos campos, pero escogieron sus blancos con cuidado: expresamente, las actividades de mantenimiento de paz de las Naciones Unidas y la ayuda exterior. Sea cual fuere la opinión sobre su importancia, el hecho es que estos dos asuntos difícilmente podrían considerarse la médula de la política exterior estadounidense.
La teoría económica hace tiempo descubrió que el desarrollo económico se consigue con políticas que desencadenan las fuerzas productivas dentro de las sociedades en desarrollo y atraen el capital privado, no con la ayuda oficial al desarrollo. Las teorías de la era de la Guerra Fría de "bloquear a los soviéticos" y de fomentar el "despegue" mediante ayuda oficial, resultaron ineficaces. La disminución del apoyo del público estadounidense a la ayuda exterior tiene muchas causas, inclusive el perenne recelo populista ante cualquier "regalo" a los extranjeros, pero la insuficiencia intelectual de gran parte de la justificación racional, tanto económica como política, de la ayuda exterior, no favorece esa causa. El Congreso republicano aprobó, a fin de cuentas, un proyecto de ley de ayuda exterior (por el que votaron por primera vez muchos miembros conservadores) después de recortarlo y reorientarlo hacia programas en los países en los que el Congreso considera que Estados Unidos tiene interés estratégico.
En cuanto a las actividades de mantenimiento de paz de las Naciones Unidas, la actitud parlamentaria reflejó la reacción popular fuertemente negativa a los tropiezos iniciales de Clinton en Bosnia, Somalia y Haití en 1993- 1994. Especialmente desalentador fue el fiasco en Somalia, cuando el cadáver de un soldado estadounidense fue arrastrado por las calles de Mogadishu frente a las cámaras de televisión.
El ánimo del público
El apoyo del pueblo estadounidense a la operación Tormenta en el Desierto (la guerra del Golfo de 1991 que liberó a Kuwait de la ocupación iraquí) demostró hasta qué punto se había recuperado del llamado trauma de Vietnam. Más recientemente, el problema ha sido menos una cuestión de aislacionismo que de falta de confianza en las intervenciones propuestas o realizadas por el presidente Clinton. Esto explica por qué sus últimas intervenciones en Haití, a finales de 1994, y en Bosnia, a finales de 1995, con razón o sin ella, tuvieron tan poco respaldo parlamentario y público. Justa o injustamente, ya no recibía el beneficio de la duda. Y, en gran parte, los tropiezos iniciales no fueron sólo mala suerte sino consecuencia de un entusiasmo mal calculado en favor del intervencionismo humanitario y una fe equivocada en el uso limitado y progresivo de la fuerza.
La respuesta ambigua del Congreso a la cuestión de Bosnia, después de los acuerdos de Dayton, fue producto de ese ánimo. Cuanto el presidente Clinton despachó 30.000 efectivos de combate estadounidenses como parte de la Fuerza Internacional de Aplicación (IFOR), ambas cámaras aprobaron resoluciones sin fuerza de ley que criticaban o daban un respaldo apenas tibio a la política del presidente en Bosnia, pero ofrecían apoyo moral a las tropas. En ambas cámaras fracasaron las resoluciones que habrían terminado con los fondos para el despliegue de las tropas (resoluciones que no fueron apoyadas por el liderazgo republicano).
Los republicanos se opusieron al despliegue de tropas por diversas razones. Unos pocos miembros admitieron abiertamente sentimientos aislacionistas, diciendo que les importaba un bledo la OTAN o la solidaridad de la OTAN. Pero otros votaron "no" porque desde hacía tiempo preferían una política diferente en relación con Bosnia; concretamente, levantar el embargo de armas impuesto por la ONU y armar y entrenar a los bosnios para que se defendieran ellos mismos. Y, nuevamente, cualesquiera que fueran los méritos de esta alternativa republicana, representaba otra forma de participar en Bosnia, no una aversión a hacerlo. Al éxito diplomático de la administración en Dayton lo precedían cerca de tres años de políticas estadounidenses y occidentales vacilantes y en gran parte ineficaces, por las que el presidente Clinton pagaba todavía un precio político. En retrospectiva, también es evidente que el Partido Republicano, como partido, no trató seriamente de impedir la política del presidente con Bosnia en una forma que se aproximara a la ferocidad destructiva que caracterizó la oposición del Congreso demócrata a las políticas de los presidentes republicanos en las décadas de 1970 y 1980 en Indochina y América Central.
Es evidente que el presidente Clinton y su administración han aprendido algunas lecciones de sus errores iniciales. Gran parte del "multilateralismo" exuberante y del entusiasmo por la intervención humanitaria han desaparecido. Lo cual es bueno. Una política basada en los intereses estratégicos de Estados Unidos y en el apoyo a nuestras alianzas tradicionales tiene mejores probabilidades de recibir el respaldo del público. Los republicanos, por su parte, han votado, en forma decisiva en las primarias presidenciales, a favor de mantener el rumbo internacionalista que defendieron a lo largo del período de la postguerra. Existen diferencias entre los dos partidos y diferencias entre el presidente Clinton y Bob Dole, pero todos ellos mantienen una fuerte posición intermedia que representa continuidad en cuanto a los elementos más importantes del papel de Estados Unidos en el mundo.
Agenda de la
Política de los Estados Unidos de América,
Publicaciones Electrónicas de USIS, Vol. 1, No. 9, julio de
1996.