Las dos iniciativas mayores de la política exterior estadounidense para esta zona, dice el autor, apoyan en forma activa a las partes empeñadas en el proceso de paz en el Medio Oriente "al realizar éstas una labor que demanda progresivamente más riesgos y al adoptar las medidas prácticas necesarias para la reconciliación" y "al fomentar la estabilidad y la seguridad en el Golfo Pérsico", con el fin de asegurar el flujo libre del petróleo árabe, del cual depende la prosperidad de la economía mundial. Ralph Dannheisser, redactor de USIS, coordinó la redacción de este artículo, que fue adaptado de un discurso pronunciado a principios del año ante el Club Nacional Demócrata de Mujeres.
Hoy existen pocas zonas en el mundo como el Medio Oriente, donde convergen tantos intereses diversos e importantes de Estados Unidos. Permítanme enumerar algunas de las cuestiones que nos mantienen ocupados: asegurar la paz árabe-israelí; preservar la seguridad y bienestar de Israel; garantizar el libre flujo de petróleo del Golfo; contener las amenazas que presentan Irán, Irak y Libia; combatir el terrorismo; frenar la proliferación de armas de destrucción en masa; lograr el acceso para las empresas estadounidenses y fomentar regímenes políticos y económicos más abiertos y la observación de los derechos humanos.
Debido a la importancia de todos estos intereses, la única política estadounidense sensata en esta región vital, de hecho la única posible, es la participación activa y sostenida. Permítanme concentrarme en nuestras dos iniciativas mayores: el proceso de paz árabe-israelí y la seguridad del Golfo.
Asegurar una paz justa, perdurable y completa es la piedra angular de la política exterior general de esta administración. Los acuerdos que hemos logrado durante los dos últimos años y la consiguiente ampliación de los contactos políticos y económicos constituyen los cimientos de un arreglo integral del conflicto árabe- israelí. La Declaración de Principios Palestino- Israelí, firmada en los jardines de la Casa Blanca hace poco más de un año, y sellada por el primer ministro Rabin y el presidente Arafat al estrecharse las manos, fue un avance histórico que dio nuevo ímpetu al proceso diplomático. Para Israel fue el comienzo de un proceso que podría aliviarle el peso moral y político de gobernar una población extranjera hostil y proveer mayor seguridad y bienestar para su pueblo. Para los palestinos abrió el camino hacia su autonomía y el disfrute y la responsabilidad que significa el hacerse cargo de su vida diaria.
Estados Unidos ha hecho todo lo posible para apoyar a las partes en la realización de una labor que demanda progresivamente más riesgos y en la adopción de las medidas prácticas necesarias para la reconciliación. Nos sentimos alentados por los acuerdos concluidos entre Israel y los palestinos, quienes celebraron negociaciones, casi continuas, desde 1993, y hemos permanecido en comunicación constante con ambas partes, ofreciendo estímulo, ayudando a superar diferencias y brindando nuestro apoyo.
La estructura del proceso en general ha ayudado. Esta consta de tres niveles de interacción, separados pero complementarios: bilateral, entre Israel y socios negociadores específicos; multilateral, de grupos de estados que se reúnen a debatir cuestiones regionales, como el agua y el medio ambiente; e internacional, cuando se recurre al apoyo de la comunidad internacional, como fue el caso de la conferencia de donantes convocada para apoyar el desarrollo económico palestino, o la cumbre económica para fomentar la integración regional y movilizar los círculos empresariales para aprovechar las nuevas oportunidades que presenta el proceso de paz.
Ello ha permitido que cuando se presentaban dificultades en un nivel podíamos valernos de actividades en los otros niveles para disminuir y superar el problema. Esta estructura, aunque compleja, ha demostrado ser muy productiva.
El acuerdo interino entre Israel y los palestinos, firmado en la Casa Blanca en septiembre pasado, transformó el compromiso idealista a la paz consagrado en la Declaración de Principios, en un conjunto de medidas prácticas que fomentan la cooperación cotidiana entre israelíes y palestinos. Este acuerdo de 400 páginas, que extiende la autonomía palestina a toda Cisjordania, demostró al mundo la seriedad de la intención de ambas partes de seguir adelante y de satisfacer los requisitos prácticos mutuos mediante negociaciones y concesiones recíprocas. Incluso la enorme tragedia del asesinato del primer ministro Rabin, por un extremista israelí, tuvo la consecuencia, no intencional, de reforzar el apoyo a la paz. La reacción internacional a su muerte prematura ha puesto en claro el alcance del apoyo del mundo a los conciliadores y lo poco que obtienen los enemigos de la paz al oponérseles. La respuesta israelí, especialmente la de la juventud del país, reafirmó el anhelo profundo de una paz justa y segura.
Ya no es posible echarse atrás. Desde que firmara el acuerdo, Israel ha retirado sus fuerzas militares de seis ciudades importantes de Cisjordania y de cientos de aldeas. Han surgido instituciones palestinas de autonomía, que no existían hace dos años, en toda la región de Gaza y Cisjordania.
Un elemento clave para asegurar un futuro democrático es lograr cambios positivos y prácticos en las vidas de individuos que por décadas no han conocido otra cosa que el conflicto, la desconfianza y la pobreza. Estados Unidos ha tomado la iniciativa para ofrecer apoyo financiero internacional a los palestinos, con el objeto de que puedan crear por sí mismos el tipo de estructuras económica y política que apuntalen y aseguren la paz.
Estados Unidos tiene miras más allá del éxito de las relaciones entre israelíes y palestinos, hacia nuestra meta a largo plazo de una paz amplia que abarque todo el Oriente Medio. El fomento de la paz favorece una variedad de intereses estadounidenses, al tiempo que destaca nuestro compromiso firme con la seguridad y el bienestar de Israel.
La paz que surge en estos momentos es compleja y las relaciones avanzan a ritmo desigual. Todavía queda mucho por hacer para consolidar lo que se ha logrado recientemente y para impulsar nuevo progreso. Seguiremos presentes para apoyar y alimentar esta labor y para buscar y aprovechar nuevas oportunidades de paz. Se trata de una prioridad de la política exterior y de un compromiso auténtico de nuestro gobierno, desde el presidente Clinton y el secretario Christopher para abajo.
Aunque podría fácilmente extenderme sobre el éxito de nuestra diplomacia en el proceso de la paz, es importante llamar la atención también sobre los intereses vitales que tenemos en promover la estabilidad y la seguridad en el Golfo Pérsico. No es cuestión sólo de una preferencia; es una necesidad. La seguridad y la prosperidad de la economía estadounidense y, de hecho, de la del mundo entero, depende en este momento del flujo libre del petróleo, a precios razonables, de las vastas reservas de la Península Arabe. Esto quiere decir que tenemos que contener a estados forajidos como Irán e Irak, países éstos que atropellan las normas internacionales de conducta y pugnan por dominar esta zona enormemente rica y estratégica.
Han pasado cinco años desde que Estados Unidos y aproximadamente tres docenas de naciones lanzaran la Operación Tormenta en el Desierto. Operación multinacional extraordinaria que expulsó de Kuwait a las fuerzas de ocupación de Saddam Hussein. Esto no habría sido posible sin el liderazgo decidido de Estados Unidos. Nuestra participación fue esencial para revertir el inverosímil acto de piratería internacional cometido por Irak y evitar que un dictador inhumano controlara la mayor parte del petróleo del mundo y pudiera tener una influencia política de chantaje en toda la región.
Hemos visto alguna crítica revisionista, según la cual, de alguna manera, la coalición perdió la guerra o, por lo menos, no la ganó debidamente. Algunos arguyen, con una cómoda retrospectiva, que las fuerzas de la coalición han debido continuar hasta Bagdad y sacar del poder al dictador. Aunque esa propuesta parezca tentadora, la realidad es que ni la coalición ni nuestros socios árabes habrían podido apoyar tal extralimitación de nuestro mandato internacional.
El balance de la Operación Tormenta en el Desierto, desde el punto de vista de los intereses estadounidenses, es un rotundo éxito. En una batalla corta, con pocas bajas estadounidenses, se resguardó el abastecimiento de petróleo para Occidente; se frenó la búsqueda de Irak de armas nucleares y de otros tipos de armas de destrucción en masa; se garantizó la seguridad de Israel y Arabia Saudita contra ataques con misiles e incluso, posiblemente, contra la invasión; Saddam Hussein quedó marcado como paria internacional y se disminuyó decididamente su amenaza a la región y se dio pie al período más vital de la historia de las negociaciones de paz entre árabes e israelíes.
Es deplorable, especialmente para el pueblo de Irak, que el gobierno de Bagdad continúe desafiando la voluntad de su pueblo y la comunidad internacional. La determinación internacional redujo y frenó, pero no eliminó el peligro que representa. Por esta razón, es esencial que las varias sanciones de la ONU contra Irak permanezcan en plena vigencia hasta que ese país cumpla con las obligaciones que le impuso el Consejo de Seguridad de la Organización.
La otra amenaza principal en la región proviene de Irán, que presta apoyo al terrorismo internacional, se opone violentamente al proceso de paz en el Oriente Medio y trata de adquirir armas nucleares y otros tipos de armamentos avanzados. La falta de resoluciones de la ONU hacen que Irán sea un problema más sutil y complejo para nuestra diplomacia. Algunos de nuestros aliados claves, atraídos por oportunidades comerciales, han sido demasiado tolerantes de la conducta ilegal de Irán.
Hemos hecho un llamado a todos los principales estados industrializados para que, al igual que Estados Unidos, nieguen armas, tecnología nuclear y trato económico preferencial a Irán. Su respuesta sólo ha sido parcialmente positiva, a pesar de nuestra paciencia y de nuestras actuales conversaciones con ellos. Por tanto, estamos viendo con el Congreso la manera de tomar medidas más completas y eficaces para alentar a la comunidad internacional a que ejerza mayor presión sobre Irán para que conforme su conducta a las normas internacionales.
Estamos convencidos de que sólo con una presión constante y con la imposición de costos económicos reales se podrá persuadir a los líderes de Irán a que abandonen sus políticas agresivas y lleguen a ser un vecino menos amenazador para la región.
Esta administración se ha comprometido a la búsqueda de la paz y a frenar a quienes amenazan la estabilidad de la región. Nuestro liderazgo responde a las más altas tradiciones de nuestra nación, de nuestro pueblo. Tenemos que continuar nuestro empeño por un futuro más brillante para el Medio Oriente y para nosotros, un futuro que se caracterice por una paz y una cooperación crecientes, por una seguridad y una prosperidad mayores.
Agenda de la Política de los Estados Unidos de América, Publicaciones Electrónicas de USIS, Vol. 1, No. 4, mayo de 1996