El autor esboza cinco características de la política exterior de Estados Unidos después de la Guerra Fría que, según dice, "muestran que en varios aspectos avanzamos en dirección sensata". Abramowitz fue secretario de Estado adjunto para Inteligencia e Investigación y embajador en Turquía y Tailandia. Este artículo fue adaptado de la conferencia anual George F. Kennan, dictada por Abramowitz en el Departamento de Estado.
Hemos comenzado a abrirnos paso en el mundo posterior a la Guerra Fría, aunque la política interna hace difícil mantener nuestra marcha.
Primero, comprendemos un importante hecho político -- que aunque no tengamos poder ilimitado o todas las respuestas, en esta nueva era Estados Unidos sigue siendo la potencia preeminente, la arista que corta en las alianzas, el único movilizador de naciones y la principal fuerza estabilizadora del mundo. De hecho, en los años venideros, ni la Unión Europea, ni China o Japón, ni el sistema de las Naciones Unidas pueden substituir el poder estadounidense y las alianzas forjadas por este país.
También hemos aprendido de la experiencia algunas cosas importantes. Después de la Primera Guerra Mundial descartamos nuestras alianzas. Después de la Segunda Guerra Mundial desmovilizamos nuestras tropas pero, frente a una amenaza que requería unión, nos rearmamos rápidamente y diseñamos pactos de seguridad en tiempo de paz. Ahora, en la era posterior a la Guerra Fría, en una posición sin precedentes como potencia preeminente, hemos mantenido nuestras alianzas y capacidades significativas militares y de inteligencia, sin la presencia de la guerra o de una amenaza apremiante. Los círculos intelectuales de Washington y Tokio periódicamente declaran muerta la alianza entre Estados Unidos y Japón, pero la alianza continúa porque ambos países la quieren y están convencidos de que la necesitan. La tensión reciente en el estrecho de Taiwan le ha dado otras nueve vidas. No subestimo con esto las dificultades de mantener la cohesión de las alianzas en las circunstancias actuales. La incoherencia de la OTAN durante cuatro años con respecto a Yugoslavia demuestra las dificultades que podemos encontrar para mantener alianzas viables y creíbles en una era de amenaza incierta.
Segundo, a pesar de nuestro flirteo ocasional con las barreras de comercio y el uniteralismo, así como la debilidad política entre los líderes del G-7, hemos ayudado, en forma importante, a integrar el sistema económico mundial por medio del NAFTA, la OMC y la CEAP. El efecto de este esfuerzo va más allá de los beneficios económicos, y de los costos sociales, para nosotros y el mundo. En realidad, estos nuevos mecanismos probablemente serán más importantes que los instrumentos tradicionales de seguridad nacional para prevenir la guerra y la hostilidad, pero sólo a la larga. A plazo más corto, el profundo impacto de la globalización ha creado, tanto para los países desarrollados como los en vías de desarrollados, no sólo grandes recompensas, sino tensiones obvias, como el desempleo y enormes disparidades, que pueden generar o intensificar la pasión por el proteccionismo, así como la inestabilidad interna y externa. Las consideraciones de política interna limitan nuestra capacidad para ampliar más la integración económica, como integrar a Chile en el NAFTA; hoy nos limitan la posibilidad hasta de hablar con amplitud del NAFTA.
Tercero, el liderazgo estadounidense, luego de muchos años, logró institucionalizar, en la mayor parte de la comunidad mundial, la no proliferación de armas nucleares. Ese es un logro impresionante, aunque hayan vacíos en los varios tratados y convenciones y no prestemos atención a unos pocos transgresores amigos. También hemos avanzado mucho en deslegitimizar, entre la comunidad internacional, otros medios de destrucción en masa, como las armas químicas y biológicas. Es difícil establecer y mantener los medios para controlar la profusión de amenazas, a escala pequeña pero de gran alcance destructor, en medio de una explosión de información y de la erupción de conflictos regionales. Esta labor requiere constancia, vigilancia refinada, mejores y más amplias operaciones de inteligencia y acuerdos internacionales que quizá prometan más de lo que pueden lograr. Pero en general el mundo se ha comprometido a la antiproliferación; sin embargo, si Estados Unidos no se mantiene al frente, fracasará.
Cuarto, hemos progresado, en forma impresionante, en la tarea de hacer que el humanitarismo, y en muchos casos la necesidad inherente de la tarea, difícil y ridiculizada, de consolidar las naciones, se acepten como elementos no sólo de nuestra política exterior, sino de la de otros gobiernos e instituciones intergubernamentales. Esta tendencia ha sido reforzada por el enorme crecimiento de las organizaciones no gubernamentales. Ha salvado o mejorado las vidas de mucha gente y ha ayudado a contener conflictos regionales. Por otra parte, demanda cada vez mayores sumas de fondos públicos. La controversia que suscita generalmente gira alrededor de intervenciones humanitarias costosas y espectaculares del ejército, pero éstas son, de hecho, una parte relativamente pequeña del trabajo de atender a emergencias en todo el mundo.
Quinto y último, sucesivas administraciones demócratas y republicanas han hecho de la democracia y los derechos humanos una parte básica de nuestra política exterior. Hemos contribuido al éxito en América Latina, Portugal, España y Sudáfrica, en unos pocos países europeos donde dominaba el imperio soviético, y en países asiáticos como Corea del Sur y Taiwan. Hemos hecho una mejor tarea en países donde los pueblos deseaban la democracia pero necesitaban ayuda, cuando nuestro esfuerzo ha sido muy completo y de alcance amplio y cuando otras democracias occidentales han trabajado con nosotros. Nuestra política ha logrado cultivar importantes grupos de partidarios de la democracia y los derechos humanos en muchos países, no sólo en el nuestro, que pueden influir en los gobiernos democráticos, generalmente avergonzándolos.
Estas cinco características generales de nuestra política de después de la Guerra Fría: mantenimiento de alianzas sólidas, fomento de la integración económica, control de la proliferación de armas, humanitarismo y promoción de los valores democráticos, no constituyen un paradigma. Tampoco nos indican la forma de solucionar problemas escabrosos; no obstante, demuestran que en varios aspectos avanzamos en una dirección sensata.
(Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no necesariamente representan los puntos de vista del gobierno de Estados Unidos).
Agenda de la Política de los Estados Unidos de América, Publicaciones Electrónicas de USIS, Vol. 1, No. 4, mayo de 1996