Hay que educar para crear a un grupo de ciudadanos preparados y dispuestos a hacer todas estas cosas. Ese grupo de ciudadanos deberá ser más inteligente, mejor informado, más creativo y más sabio que las generaciones anteriores. Deberá comprender sistemas y tendencias. Deberá ser precavido pero práctico. Deberá saber la diferencia entre lo acertado y lo insensato en ecología. Deberá tener efectividad a nivel político.
Sin embargo, gran parte del debate actual sobre normas y reformas educativas es estimulado por el firme convencimiento de que debemos preparar a los jóvenes únicamente para que compitan eficazmente en la economía mundial. Una vez logrado este objetivo, las cosas marcharán sobre ruedas o, por lo menos, eso es lo que se presume. Pero hay razones más válidas para reformar la educación; razones que tienen que ver con el rápido deterioro de la habitabilidad de la Tierra. El tipo de educación basada en diversas disciplinas que nos hizo posible industrializar la Tierra no nos ayudará necesariamente a reparar el daño causado por 150 años de industrialización. En su libro publicado en 1993, Preparing for the 21st Century (Preparativos para el siglo XXI), Paul Kennedy llega a conclusiones similares e insta "nada menos que a la reeducación de la humanidad".
No obstante, seguiremos educando a los jóvenes como si no hubiese una emergencia en el planeta. Se presume, generalmente, que la tecnología resolverá de una manera u otra todos los problemas ambientales. Es cierto que la mejor tecnología puede ayudar, pero la crisis no es primordialmente una crisis de carácter tecnológico. Es, más bien, una crisis en las mentes que desarrollan y utilizan la tecnología. Los trastornos en los sistemas ecológicos y en los importantes ciclos biogeoquímicos de la Tierra reflejan trastornos previos en el pensamiento, la percepción, la imaginación, las prioridades intelectuales y las lealtades inherentes en la mente industrial. En el fondo, la crisis ecológica está vinculada a la manera en la que pensamos, y a las instituciones que pretenden formar y determinar la capacidad de pensar. Dicho en otras palabras, la crisis ecológica es una crisis de educación y no en la educación, y unos pequeños arreglos no solucionan el problema.
A pesar de todas las pruebas que demuestran claramente la proliferación de los problemas ambientales, este mensaje no ha tenido mucha acogida en la gran mayoría de colegios universitarios y universidades. Como dijo Noel Perrin de la Universidad de Dartmouth, "la mayoría de los colegios universitarios se comportan como si dispusieran de todo el tiempo del mundo ... ni los fideicomisarios ni la administración parecen creer que se avecina una crisis" (cita de un artículo de la edición del 28 de octubre de 1992 de la revista Chronicle of Higher Education (Crónica de la Educación Superior)). El historiador Jaroslav Pelikan, autor de The Idea of the University (El concepto de la universidad), se pregunta si las universidades alguna vez "abordarán las cuestiones fundamentales intelectuales, y las obligaciones morales de nuestra responsabilidad hacia la Tierra, y si lo harán de una manera intensa e ingeniosa que se equipare a la de anteriores generaciones cuando obedecieron el mandato de dominar el planeta".
¿Por qué es que las instituciones de educación superior, repletas de gente inteligente e instruida, han respondido tan lentamente a las cuestiones que serán de mayor trascendencia para la vida humana durante el próximo siglo? Creo yo que hay tres razones principales para ello, y ninguna de ellas es nueva.
Primero, hemos organizado tanto los programas de estudio como la investigación en fragmentos que llamamos disciplinas, subdisciplinas y departamentos; cada una de los cuales se dedica a una pequeña parte del panorama total. Todo funciona bien hasta que tenemos necesidad de entender modelos y sistemas enteros que no atañan a una sola disciplina, departamento o campo de especialización. Como consecuencia de ello, las tendencias y modelos más amplios suelen ser ignorados en el contexto orientado hacia las disciplinas. Por ejemplo, por mi mesa pasaron los siguientes hechos tomados "al azar" de periódicos, revistas y libros:
Desde el punto de vista de cualquiera de las disciplinas, estos hechos ocurren al azar. Lo cierto es que no suceden al azar, sino que son parte de un modelo mayor que incluye centros comerciales y deforestación, suburbios elegantes y agujeros en la capa de ozono, autopistas congestionadas y cambios climatológicos, supermercados repletos de productos y erosión del suelo, un producto nacional bruto de 6,500 billones de dólares y sitios donde el deterioro ambiental requiere los recursos del llamado Superfondo para aliviar el daño, maravillas tecnológicas y violencia insensata. En realidad, no existe tal cosa como "un efecto secundario" o "una causa externa". Todos son hilos del mismo tejido. El hecho de que los veamos como acontecimientos inconexos, o que nos ceguemos y no los veamos, es prueba del fracaso de una educación que no enseña a la gente a pensar con amplitud de miras, a percatarse de sistemas y modelos y a vivir como personas completas.
Hay una segunda razón relacionada que tiene que ver con el incremento de profesiones dentro de las diversas disciplinas. Cualesquiera que sean los beneficios obtenidos en mejoramiento de condiciones y acopio de conocimientos, el efecto neto del profesionalismo ha sido limitar el enfoque intelectual y alentar la adherencia a normas establecidas por la élite de cada disciplina en particular. La publicación e investigación son ahora actividades más valoradas que la buena enseñanza y el servicio a la institución o a la comunidad. Según Alan Mermann de la Facultad de Medicina de la Universidad de Yale, en el precio total que hemos pagado por este profesionalismo se debe incluir la falta de atención a los problemas de la comunidad local, y un paralizante "apartarse de otros y de lo que es sano para nosotros".
Los estudiosos que Mermann describe suelen considerarse a sí mismos como profesionales que son parte de un orden establecido y no como críticos de ese orden. Para el estudioso profesional consumado, que vive bajo la constante presión de conseguir cuantiosas donaciones, lo normal es que si algo no le reporta un beneficio claro y rápido para su profesión, como facilitarle una cátedra, una promoción, un sueldo más alto o un mayor reconocimiento en su campo, entonces no vale la pena hacerlo. El ideal de la mente renacentista con conocimientos amplios ha dado paso al ideal más mezquino del especialista académico. La resultante estrechez de miras o "metodolatría", y la primacía de la carrera profesional, han sido responsables de que muchos que no están capacitados ni dispuestos a plantearse cuestiones más trascendentales sean los que lo están haciendo. Además, si antes los intelectuales se dirigían al público, ahora los estudiosos profesionales se comunican casi exclusivamente entre sí sobre cuestiones de poca o ninguna consecuencia para la sociedad en general. Por otra parte, el miedo que se ha infundido en los mismos profesionales, de cometer un error o de que se piense que carecen de rigor, ha creado un profesorado de poca eficacia y limitado a debatir sutilezas de poca trascendencia. Una manera en la que un joven profesor se arriesga con seguridad a que le nieguen la permanencia, es practicar lo que la filósofa Mary Midgley llama "la virtud de la valentía controvertible", que es la razón por la cual se crearon las cátedras.
Tercero, los colegios universitarios y las universidades no han respondido con "intensidad e ingeniosidad" a la crisis ambiental porque sus dirigentes no han sido lo suficientemente osados ni imaginativos. Ello explica en parte por qué las instituciones de educación superior, como dice Stan Rowe, se han formado a imagen y semejanza del "concepto de la industrialización, como una fábrica de conocimientos". Pocos de esos creadores de la universidad moderna (hombres principalmente) se tomaron el trabajo de cuestionar las hipótesis fundamentales de la educación superior que se remontaban a Descartes y Bacon, la división de los conocimientos en diversas disciplinas, la educación superior y su creciente dependencia del financiamiento corporativo y gubernamental y la creencia implícita en el predominio del hombre sobre la naturaleza. Pocos, si alguno, se preguntaron si los conocimientos difundidos y proporcionados por sus instituciones se ajustaban a la responsabilidad que tenemos con la Tierra.
¿Qué significaría para las instituciones de educación superior y las universidades responder con intensidad e ingeniosidad a los problemas ecológicos que se ciernen sobre nosotros? La respuesta a esta pregunta consta, a mi parecer, de tres partes.
Primero que nada, significa reformular los principios básicos de la educación superior. Se debe reconocer que toda la educación es educación ambientalista, con lo cual quiero decir que a los estudiantes se les enseña de varias formas, y a menudo involuntariamente, que son parte o están aparte de los sistemas naturales. Además, se debe reconocer que el objetivo de la educación no es el dominio de los conocimientos, sino el dominio de sí mismo por medio de los conocimientos -- algo completamente distinto. Al practicar las labores docentes, se debe reconocer también que el proceso de aprendizaje es a menudo tan importante como el contenido, y que las instituciones enseñan tanto con sus obras como por sus palabras.
Segundo, una respuesta intensa e ingeniosa a los problemas ambientales requiere la reformulación del programa de estudios convencional. La crisis ecológica es, en gran medida, una crisis de diseño. Hemos creado cosas --granjas, casas, ciudades, tecnologías y economías enteras-- que no armonizan con su contexto ecológico. Una de las tareas principales de la educación en el próximo siglo será fomentar un diseño ecológico inteligente, que requiera un acoplamiento de los fines humanos con el mundo natural. Que requiera asimismo el estudio cuidadoso de ese mundo natural para que oriente los fines humanos. Las artes del diseño ecológico son un conjunto de capacidades perceptivas y analíticas, conocimientos ecológicos y recursos prácticos que harán posible que los jóvenes hagan cosas que se adapten al mundo de los microbios, las plantas, los animales y la entropía.
Según David Wann, autor de Biologic (Biológico), el diseño realizado con la naturaleza en mente implica la incorporación de datos sobre cómo trabaja la naturaleza a la manera en la que se construye y se vive. El diseño se aplica a casi todo lo que se hace y que pueda requerir, directa o indirectamente, energía y materiales, incluso las granjas, casas, comunidades, barrios, ciudades, sistemas de transporte, tecnología, economía y política energética. Cuando los sistemas y artefactos humanos están bien diseñados, están en armonía con los patrones ecológicos en los que se han ubicado. Cuando están mal diseñados, socavan esos patrones y crean contaminación, costos elevados y malestar social. El diseño malo no es meramente un problema de ingeniería, aunque una mejor ingeniería podría ayudar. Sus causas son más profundas.
El buen diseño exhibe ciertas características comunes como son:
Más aun, un buen diseño ecológico promueve la competencia humana en lugar de la dependencia de consumo. Donde el buen diseño se hace parte de la estructura de la sociedad en todos los niveles, se multiplican los efectos secundarios positivos e imprevistos. Un buen diseño urbano, por ejemplo, reduce al mínimo el uso del automóvil al ubicar más cerca los lugares de empleo y de recreo, las escuelas y las tiendas. Con el uso reducido del automóvil, más gente anda a pie o en bicicleta, lo que resulta en una población en mejores condiciones físicas; hay menos congestión urbana y, por ende, más urbanidad; el aire es más puro y, como consecuencia, la salud es mejor; las emisiones de CO2 son más bajas, por lo que se corre menos riesgo de un cambio climatológico; hay menos accidentes, lo que se traduce en un costo más bajo del seguro de automóviles.
Y al utilizar menos gasolina se tiene menos derrames de petróleo, con lo que se conserva la diversidad biológica, se equilibra el déficit comercial y se mejora la economía. Cuando la gente no diseña con competencia ecológica, se multiplican los desastres y los efectos secundarios no deseados.
El diseño ecológico requiere la capacidad de comprender las tendencias que se conectan, lo cual significa trascender esos recuadros que llamamos disciplinas para ver las cosas en un contexto más amplio. Requiere, dicho en otras palabras, una educación liberal. No obstante, en casi todas partes, las artes liberales se han vuelto más especializadas. La competencia en diseño requiere la integración de la experiencia directa y la competencia práctica con los conocimientos teóricos, pero las artes liberales se han tornado más abstractas, fragmentadas y distantes de la realidad. La competencia en el diseño requiere que seamos estudiantes del mundo natural, pero el estudio de la naturaleza se ve desplazado por esfuerzos por hacer que la naturaleza se adapte a la economía, y no lo contrario. Por último, la competencia en diseño requiere la capacidad de cuestionar a fondo los fines y consecuencias de las cosas, saber qué es lo que vale la pena hacer y qué no se debe hacer bajo ningún concepto. Sin embargo, los fundamentos éticos de la educación se han diluido en la creencia de que los valores son meras opiniones personales.
Lo que quiero decir es que las instituciones de artes liberales no han actuado con vigor suficiente para responder al rápido deterioro de la habitabilidad de la Tierra. Una respuesta más adecuada sería tratar de preparar a los estudiantes para realizar una labor de reconstrucción de casas, granjas, instituciones, comunidades, corporaciones y economías que: 1) no emitan bióxido de carbono u otros gases que puedan atrapar el calor; 2) operen con recursos energéticos renovables; 3) no reduzcan la diversidad biológica; 4) utilicen con máxima eficiencia los materiales y el agua; 5) reciclen materiales y desechos orgánicos; 6) restauren ecosistemas dañados y 7) promuevan economías locales y regionales que sean sostenibles. Estos objetivos requerirán cambios significativos en las destrezas, aptitudes y capacidades que ahora se fomentan en los programas de estudios convencionales.
Tercero, el responder de manera intensa e ingeniosa a los problemas ecológicos del futuro significa que hay que reformular la manera en que las instituciones operan, compran, invierten y construyen.
Operaciones. Las mismas instituciones que dicen preparar a los jóvenes para una edad adulta responsable no deberían socavar con sus operaciones la salud y sustentabilidad del mundo que es el legado de sus estudiantes. Las instituciones de educación superior y las universidades utilizan enormes cantidades de energía, alimento, agua y materiales, y se deshacen de grandes cantidades de desechos en una variedad de formas. Cada institución debe realizar una auditoría de estos flujos de recursos para determinar su efecto total en el ambiente.
Por ejemplo, ¿Cuánto CO2 emite cada estudiante por año? ¿Cuánto papel se utiliza? ¿Cuánta agua consume? Una auditoría podría determinar la manera de reducir los efectos nocivos para el ambiente, y también los costos, mediante el uso más eficiente de los recursos, y mediante cambios en las operaciones que contribuyan a evitar el exceso de residuos y eliminen las substancias químicas peligrosas, y adopten prácticas administrativas que resulten menos perniciosas para el medio ambiente.
Compras. Según el "Almanac of Higher Education" (Almanaque de la Educación Superior) de 1992, en el año académico de 1987-88, los colegios universitarios y las universidades compraron un total de 114.000 millones de dólares en bienes y servicios. La mayoría de estos gastos se hicieron sin examinar previamente su efecto sobre el medio ambiente. Sin embargo, si el medio ambiente se ha de convertir en el "principio regidor preeminente" de la educación superior, el poder adquisitivo debe utilizarse para adelantar el desarrollo de una economía sostenible a nivel local y regional. Los alimentos que se sirven en los recintos universitarios, por ejemplo, no suelen provenir de tierras cultivadas con métodos de agricultura sostenible. No importa el precio que haya pagado la institución, su verdadero costo para la sociedad, medido tanto en términos humanos como ecológicos, es mucho más alto. Por otra parte, la compra de alimentos locales alienta el desarrollo de una agricultura sostenible en la región, mejora la calidad de los alimentos que se sirven en los comedores de los recintos, fomenta el desarrollo económico local y elimina los costos económicos y ecológicos de transporte, refrigeración y elaboración de los alimentos. El mismo principio se puede aplicar a muchas compras institucionales cuando sea posible sustituir los recursos, materiales y productos importados con los locales.
Inversión. Los fondos de las instituciones de educación superior y universidades alcanzaron en 1993 un total de 73.900 millones de dólares, según un artículo publicado en octubre de 1993 en el diario The New York Times. Al igual que en el caso de las compras, la mayor parte de este dinero se invierte sin considerar su efecto en el ambiente. Una "respuesta intensa e ingeniosa" a los problemas económicos futuros requiere que los fideicomisos y administradores examinen las inversiones institucionales para determinar si éstas promueven o no promueven la transición a una economía sostenible. Aparte de los criterios obvios de la inversión relacionados con las prácticas ambientalistas de compañías en particular, hay razones válidas para utilizar las inversiones para adelantar el desarrollo sostenible en la región donde está ubicada la institución. Las inversiones en la eficiencia energética de la región, en particular, pueden proporcionar oportunidades atractivas de alto rendimiento y un corto período de recuperación.
La arquitectura del recinto universitario. Casi todo el mundo presume que el aprendizaje se realiza dentro de un edificio, pero que nada de eso ocurre como consecuencia de la manera en la que el edificio ha sido diseñado o quién lo ha diseñado, cómo ha sido construido, con qué materiales, cómo armoniza con el lugar donde está emplazado y cuán bien funciona. La arquitectura del centro académico es, de hecho, una especie de hacer concreta la pedagogía: los edificios tienen su propio programa de estudios oculto que enseña tan eficientemente como cualquier curso que se dicte dentro de los mismos. Los estudiantes deben participar en el diseño, construcción y operación de los edificios de los centros académicos. Ello puede ser una educación liberal en un microcosmo que incluya prácticamente todas las disciplinas. La acción de construir es una oportunidad de ampliar la experiencia educativa a través de las barreras de las disciplinas y por encima de aquéllas que dividen el mundo de la teoría del mundo de la práctica. Es una oportunidad de trabajar en colectividad en un proyecto con fines prácticos y enseñar el arte de trabajar bien. Es también una oportunidad de reducir los costos del ciclo de vida de un edificio y reducir una gran cantidad de daños innecesarios causados al mundo natural por el diseño negligente.
Al acercarnos al año 2.000, las señales de vida del planeta Tierra se debilitan en casi todas partes. Las cifras trabajan en contra nuestra contra: El crecimiento poblacional, la extinción de las especies, la deforestación, la desertificación, la pérdida de suelo, la lluvia ácida, las substancias tóxicas y los posibles cambios climatológicos. Pero estas tendencias no tienen que ser mortales para las posibilidades humanas si podemos sacar el valor y la energía moral para responder con previsión y prudencia. Sin embargo, por su parte, las instituciones de educación superior y las universidades han hecho poco para preparar a sus egresados para que aborden los problemas que confrontarán en el futuro. La pregunta todavía pendiente es si serán capaces de responder con "intensidad e ingeniosidad".
Para algunos, dicha respuesta a los problemas del siglo XXI parece ser algo totalmente inimaginable. Para otros, sin embargo, se parece mucho a lo que Winston Churchill calificó de una "oportunidad insuperable". Es una oportunidad de revitalizar y reanimar el programa de estudios y la pedagogía. Es una oportunidad de crear un programa de estudios verdaderamente interdisciplinario. Es una oportunidad de rediseñar el recinto universitario con el fin de reducir gastos, disminuir los efecto dañinos al medio ambiente y acelerar el progreso de las economías sostenibles.
De hecho, una revolución en la educación va cobrando impulso. Es evidente en las conferencias auspiciadas por la Coalición Estudiantil de Acción para el Medio Ambiente que ha reunido a miles de estudiantes de recintos universitarios de todo Estados Unidos. Fue evidente en la conferencia celebrada en febrero de 1994 y auspiciada por estudiantes de la Universidad de Yale que organizaron la Reunión Universitaria de la Tierra. Es evidente en el rápido crecimiento de los programas de estudios ambientales en los recintos de todo el país. Es evidente en el incremento de la matrícula en cursos de estudios ambientales y proyectos ambientales de los recintos universitarios. Los estudiantes están cada vez más convencidos de que su herencia se malgasta y descuida y, que a veces, eso se hace fraudulentamente. Pero un número considerable sabe a conciencia la verdad que encierran las palabras de Goethe: "lo que puedas hacer o sueñes que puedas hacer, empieza a hacerlo. La audacia tiene genio, poder y magia".