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Timothy E. Wirth fue senador por Colorado de 1987 a 1993 y miembro de la Cámara de Representantes de Estados Unidos de 1975 a 1986. Actualmente, en su cargo en el Departamento de Estado como subsecretario para asuntos mundiales, tiene bajo su responsabilidad vigilar cuestiones relacionadas con el medio ambiente, población, derechos humanos, refugiados, narcóticos y delincuencia.
Desarrollo sostenible significa, fundamentalmente, que las economías del mundo deben tratar de satisfacer las necesidades de la generación de hoy sin comprometer o sustraer de las generaciones futuras. La idea del desarrollo sostenible, cuando se comprende y aplica, puede integrar y armonizar las fuerzas económicas y ambientales de enorme poder que están en juego en el mundo contemporáneo. Es un concepto nacido del reconocimiento de la naturaleza de mutuo refuerzo del progreso económico y ambiental.
Los sistemas ecológicos constituyen los cimientos mismos de la sociedad moderna, para las ciencias, la agricultura, la planificación social y económica. A la larga, vivir de nuestro capital ecológico es una estrategia económica que lleva a la quiebra. Por otra parte, la mayoría de los pueblos y países aspiran al crecimiento económico y al progreso científico y tecnológico que, a su vez, son los bloques esenciales para erigir la protección del medio ambiente.
Lamentablemente, el interés por el medio ambiente se ha considerado, durante demasiado tiempo, una cuestión periférica y de poco peso que puede tratarse como un lujo dentro del contexto de la prosperidad. Demasiada gente inclinará la cabeza en señal de asentimiento y dirá "Si, estoy en favor del medio ambiente ... siempre y cuando no cueste empleos". Precisamente en este análisis tremendamente equivocado está el desafío intelectual fundamental que nos presenta el desarrollo sostenible.
Entrelace de la Economía con el Medio Ambiente
El obstáculo más grande para la búsqueda del desarrollo sostenible, aquí en Estados Unidos y en todas partes del mundo, es la creencia equivocada de que proteger el medio ambiente es antitético a los intereses económicos. La realidad es que la economía está inextricablemente unida al medio ambiente y depende totalmente de éste.
Cinco sistemas biológicos, las tierras de cultivo, los bosques, los pastizales, los océanos y las vías fluviales, sustentan la economía mundial. Exceptuando el combustible fósil y los minerales, estos sistemas suministran toda la materia prima para la industria y proveen todo nuestro alimento:
¿Se trata simplemente de un concepto teórico? Claro que no. Eso ocurrió en Europa Central y Oriental, cuya tremenda destrucción ambiental apenas ahora descubrimos y comprendemos. En realidad está ocurriendo actualmente en todas partes del mundo, aún en muchos de los focos de disturbio que ocupan los titulares de hoy.
La escasez de recursos es la causa básica de los conflictos violentos que han convulsionado la sociedad civil en Rwanda, Haití y Chiapas. Estos conflictos podrían intensificarse y extenderse a medida que las poblaciones, en aumento constante, compiten por una provisión, en mengua constante, de tierra, combustible y agua. El profesor Tad Homer-Dixon, de la Universidad de Toronto, advierte que en décadas venideras la escasez de recursos "probablemente se presente con una rapidez, complejidad y magnitud sin precedentes en la historia".
Hemos aprendido que el capital ambiental no puede medirse simplemente contando los árboles, las poblaciones de peces o las mazorcas de maíz. Comprende también sistemas ecológicos complejos que filtran desechos, regeneran los suelos y reponen las fuentes de agua dulce. Esos sistemas, que tardíamente hemos comenzado a comprender, forman la base misma de la vida en la Tierra. El agotamiento de la capa de ozono, la pérdida de especies y el creciente contenido de carbono de nuestra atmósfera son demostraciones de que los sistemas ecológicos del planeta están sometidos a una gran tensión.
Nuestro gasto deficitario del capital ambiental tiene un impacto directo y mensurable sobre la seguridad humana. Dicho sencillamente, los sistemas que sustentan la vida en todo el mundo se comprometen hoy en forma acelerada, lo que ilustra nuestra interdependencia con la naturaleza y cambia nuestra relación con el planeta. La seguridad de nuestro mundo pende de nuestra habilidad para lograr un equilibrio sostenible y equitativo entre el número de seres humanos y la capacidad del planeta para proveer su sustento.
¿Cuál es la razón para que este nuevo aspecto de la seguridad se haya reconocido sólo hace poco? Dos tendencias revelan lo sucedido. Primero está el crecimiento demográfico exponencial. La población mundial se ha duplicado desde 1950, actualmente es de 5.600 millones. Cada año el mundo agrega otros 91 millones de habitantes, el equivalente a otra ciudad de Nueva York cada mes, otro México cada año, otra China cada década. El 95 por ciento de ese crecimiento tiene lugar en los países empobrecidos del mundo en desarrollo que ya luchan por proveer empleo y sustento a sus pueblos.
Al mismo tiempo, el mundo industrializado ha adquirido la habilidad y capacidad de consumo suficientes para utilizar recursos y producir desechos a una velocidad que no tiene precedentes en la historia del género humano. Aunque los países industrializados representan sólo una quinta parte de la población mundial, utilizan dos tercios de todos los recursos que se consumen y generan cuatro quintos de todos los contaminantes y desechos.
Nos estamos metiendo en un tremendo aprieto; la población del mundo crece a un ritmo que sólo lo iguala o excede nuestra creciente capacidad de consumir recursos y producir desechos. Este es un rumbo totalmente insostenible.
Prioridades de Estados Unidos para el Desarrollo Sostenible
La población debe ser una prioridad principal del programa de Estados Unidos para el desarrollo sostenible. Se ha restaurado el liderazgo estadounidense en la política internacional de población y hemos ayudado a crear un plan internacional, acordado en Cairo en 1994, que propone un enfoque completo para lograr un cambio demográfico rápido. El plan haría disponible universalmente la planificación familiar y los servicios de salud para la procreación, extendería enormemente la educación de las niñas y se concentraría en la supervivencia infantil, la responsabilidad de los hombres, el fortalecimiento de las familias y la participación de organizaciones no gubernamentales a nivel popular.
Parte esencial de la estrategia demográfica estadounidense es la promoción de los derechos sociales, políticos y económicos de la mujer, que son recurso extraordinariamente importante para el crecimiento y agentes para el cambio. El fruto de estas iniciativas, en términos de estabilidad, calidad del medio ambiente y productividad económica, tendrá más valor que su costo en el transcurso de las generaciones. Este será un tema común de la política exterior estadounidense y, creemos, una meta que se puede alcanzar para principios del siglo XXI.
Una segunda prioridad, la provisión de servicios básicos de salud, es una inversión acertada para la comunidad de naciones y puede lograrse a un costo mundial relativamente pequeño. La eliminación de cuatro enfermedades principales y fácilmente previsibles, el sarampión, el tétanos, la tos ferina y la poliomielitis; la erradicación de las deficiencias de yodo y vitamina A y la disponibilidad mundial de terapia oral de rehidratación son metas que se pueden lograr para comienzos del próximo siglo.
Con sólo estas medidas se salvarían entre 3 y 4 millones de vidas al año, se prevendría la muerte quizá de 20 millones de niños en su primera infancia, se aliviaría el sufrimiento inconmensurable e innecesario y se haría una contribución considerable para disminuir la presión que lleva a tener familias más grandes. Parte de la estrategia mundial estadounidense para la salud incluye también un hincapié importante en el SIDA, reconociendo que aunque su cura puede estar a décadas de distancia, podemos ayudar con vigorosas estrategias preventivas en aquellas partes del mundo donde la propagación de la infección alcanza niveles epidémicos.
La biodiversidad es una tercera prioridad, denominación amplia que abarca la tarea de preservar lo que Dios ha creado, el patrimonio biológico que comprende todas las formas de vida. Esta vasta riqueza de información genética es esencial para nuestra integridad económica y ambiental a largo plazo y debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para preservarla. Es necesario que el Senado de Estados Unidos ratifique el Tratado de Biodiversidad, aprobado en la Cumbre de la Tierra, celebrada en Río de Janeiro en 1992. Es necesario que Estados Unidos, en unión con otros signatarios, emprenda un esfuerzo mundial para catalogar, explorar y utilizar en forma sostenible esta gran biblioteca de información, en gran parte desconocida. El próximo siglo seguramente será el siglo de la biología y debemos ser partícipes a fin de utilizar cabalmente estas oportunidades extraordinarias de recursos nuevos de alimentos, combustibles y productos farmacéuticos.
La integración de los imperativos ambientales y económicos a nivel nacional es una cuarta prioridad. Ya no podemos presumir que no nos cuesta nada contaminar el aire y agotar los recursos. En cambio, debemos reconocer esos costos y permitir que el genio del mercado ayude a determinar la forma más eficiente de lograr nuestros objetivos ambientales.
La quinta prioridad es el desafío de reformar nuestras instituciones internacionales para promover mejor el desarrollo sostenible. El Banco Mundial, el motor público más importante para el desarrollo, desempeñará una función capital en el avance de la transición al desarrollo sostenible. Debemos trabajar con más ahínco para promover cambios en las prácticas crediticias y cumplir así con la promesa de hacer mayor hincapié en los proyectos a escala menor, descentralizados, con el fin de fomentar el desarrollo sustitutivo, proteger el medio ambiente, preservar los derechos de las poblaciones locales y reconocer la función crucial de las subpoblaciones, particularmente de mujeres, en el proceso de desarrollo.
Esta meta de reforma institucional es parte de la sexto y último desafío, el de gobernar en el siglo XXI. En este mundo posterior a la Guerra Fría, nuestros problemas se desparraman desordenadamente por encima de los linderos tradicionales. El cambio del clima mundial, el agotamiento de la capa de ozono, la biodiversidad, los refugiados, los narcóticos, todas estas cuestiones han llegado a ser inquietudes que nos afectan a todos y que deben atenderse a través de organizaciones de cooperación multilateral más fuertes.
Debemos asegurarnos de que nuestras instituciones internacionales sean aptas para las tareas del siglo XXI. No será fácil. Los muros se pueden echar abajo en un día, pero modificar la conciencia del individuo y lograr una causa común entre las instituciones es mucho más difícil. Pero tenemos una base rica, aunque complicada, con la que podemos contar. Creo que el desarrollo sostenible será la razón fundamental de la estructura de nuestras instituciones en el siglo XXI.
Nuevo Concepto de Seguridad
En el mundo recién configurado, la seguridad nacional está íntimamente ligada a la seguridad del individuo. La seguridad del ser humano se consigue a base de paz y estabilidad política, salud física y bienestar económico. Las amenazas principales a la seguridad del individuo puede que no sean tan fáciles de reconocer como, digamos, el arsenal nuclear del enemigo, pero no son menos mortales.
Estas son las amenazas que presentan la pobreza extrema en la que viven mil millones de los pobladores del mundo; el hambre que acosa a 800 millones de hombres, mujeres y niños; la propagación del VIH/SIDA, que infectará de 30 a 40 millones de individuos para el año 2000 y la combinación de la violencia, la pobreza y la degradación ambiental que ha forzado a 20 millones de personas a abandonar sus hogares.
En Estados Unidos y en todo el mundo, hemos comenzado a comprender la estrecha conexión entre la pobreza, el medio ambiente, la economía y la seguridad. Esta transformación histórica exige que nos liberemos ahora de políticas obsoletas, de suposiciones antiguas y de ideas fijas que sólo ayer parecían ser los parámetros divisorios y determinantes de nuestras políticas .
La prevención de crisis y el desarrollo sostenible están entre los grandes desafíos del próximo siglo. Es tiempo de equipar con herramientas nuevas nuestro enfoque de la seguridad nacional, reconociendo que nuestro futuro económico y nuestro futuro ambiental son una y la misma cosa. Estos son los desafíos que definirán el futuro que dejaremos a nuestros hijos y nuestros nietos.
Perspectivas
Económicas
Publicaciones Electrónicas de USIS,
Vol. 1, No. 11, agosto de 1996.