Albert Shanker es presidente de la Federación Norteamericana de Maestros, organización que cuenta con 85.000 afiliados, y presidente fundador de "Education International", una federación constituida por unos 20 millones de maestros de los países democráticos del mundo. En este artículo, Shanker relata la importancia de la educación cívica para el establecimiento de la democracia y describe algunos de los puntos que considera son indispensables para el desarrollo de un programa de educación para la democracia en Estados Unidos.
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Los países de todo el mundo, tanto los que han sido recientemente liberados del comunismo o de alguna forma de dictadura como los que tienen una democracia bien establecida, cada vez más se plantean la siguiente pregunta: ¿Qué función puede desempeñar la educación en el establecimiento y consolidación de la democracia? La pregunta es tan importante para las naciones sin una tradición democrática como para las democracias más pragmáticas.
Para convencerse de que la salud de la democracia en Estados Unidos es motivo de preocupación basta con observar el descenso en el número de votantes, la creciente actitud cínica hacia el proceso y las instituciones políticas, las recientes explosiones de bombas, incluyendo la de un edificio de oficinas gubernamentales, y los libros publicados en los últimos años que llevan títulos tales como: The Disuniting of America (La desunión de Estados Unidos), The Culture of Complaint (La cultura de la protesta), Democracy on Trial (La democracia en juicio), The Twilight of Democracy (El ocaso de la democracia) y el más inquietante de todos, Before the Shooting Begins (Antes de que comience la balacera).
Cuando hablo a favor de la educación cívica y su importancia para el establecimiento y revigorización de la democracia, me refiero especialmente a la función que puede desempeñar la educación formal, algo en lo que nuestra organización ha venido trabajando por muchos años. Por lo tanto, quiero compartir unas cuantas experiencias que la Federación Norteamericana de Maestros (AFT) ha tenido en la promoción de la educación para la democracia en Estados Unidos, con la esperanza de ayudar a otros a determinar y superar algunos de los problemas que puedan afrontar o ya afronten las nuevas naciones democráticas.
Uno de los obstáculos a los programas completos de educación para la democracia es la opinión de que, en la enseñanza del civismo democrático, debe predominar la capacidad de "pensar de manera crítica" y casi ninguna otra cosa más. Esta opinión está íntimamente ligada a la actitud que no reconoce diferencias en el contenido de los programas de estudio y favorece la idea de que todo lo que se debe requerir de los estudiantes para que sean buenos ciudadanos es que "aprendan a aprender". Los que defienden esta postura a menudo sostienen que el ritmo al que avanzan los conocimientos es tan rápido que pronto se hacen "obsoletos" y, por consiguiente, no vale la pena aprenderlos.
Nosotros, por el contrario, sostenemos que las ideas, acontecimientos, gente y acciones importantes que, para bien o para mal, forman nuestro mundo no son obsoletos. Al contrario, mientras más rápido el ritmo de los cambios, más importante se hace recordarlos y entenderlos bien. Insistimos en que, sin estos conocimientos, los ciudadanos no son capaces de tomar decisiones acertadas.
Desafortunadamente, los que proponen la enseñanza de capacidades y alguna que otra cosa, ofrecen una falsa dicotomía entre "contenido" y "proceso". No quiero caer en esa trampa, así que seré claro: ambos son importantes. El desarrollo de la capacidad de pensar es un objetivo primordial de la educación en una democracia porque ¿de qué otra manera se puede tomar una decisión acertada al elegir una alternativa -- ya sea al adoptar una postura con respecto a una cuestión política, al decidir por quién votar en una elección o al evitar las técnicas de manipulación que utilizan algunas figuras políticas --, si no se está bien preparado y se tiene práctica en esta materia?
No obstante, el contenido tiene importancia.
El impulso de enseñar capacidades más que contenido se remonta, por lo menos en el caso de Estados Unidos, a los esfuerzos del Movimiento Progresista en la educación que intentaba reformar lo que en aquel momento era un método muy formal basado en el contenido. Igualmente, algunos educadores cívicos en Europa Oriental y en los nuevos estados independizados parecen hacer caso omiso de la enseñanza de materias importantes en lo que es, claramente, una reacción al método demasiado rígido y orientado al contenido que prevaleció en la era comunista.
Hay algunos puntos fundamentales que se deben aprender. En la AFT sostenemos que, como mínimo, el contenido de la educación cívica norteamericana debe centrarse en tres áreas que juntas formulan una respuesta a la pregunta: ¿Qué debe saber el ciudadano de una democracia?
Primero, los ciudadanos deben saber las ideas fundamentales que constituyen el meollo de la visión política de los pensadores del siglo XVIII, el Siglo de las Luces, y conocer el ideal de la democracia y los derechos humanos que anima a los pueblos de diferentes orígenes y culturas.
Segundo, es indispensable saber los hechos de la historia moderna, como mínimo desde la Revolución Inglesa en adelante hasta las guerras mundiales de nuestro siglo; el fracaso de regímenes nacientes liberales en Rusia, Italia, Alemania, España y Japón; y el totalitarismo, la opresión y la exterminación en masa de nuestros tiempos. Para muchos en Rusia y Europa Oriental todavía siguen vivos los recuerdos de los grandes crímenes a las humillaciones más pequeñas infligidas por el comunismo. El encarcelamiento, el temor a expresarse libremente y hasta las largas colas para aprovisionarse de alimentos aún los recuerdan quienes los sufrieron. Pero, ¿y sus hijos? ¿Quién les recordará a ellos el pasado y ayudará a que aprendan a amar la libertad?
Por último, y relacionado con este último planteamiento, los ciudadanos tienen que entender la situación actual del mundo y cómo se llegó a ella. Asimismo deben estar preparados para tomar acción cuando se presenten retos a la democracia en nuestros días.
Un segundo problema que afrontan los programas de educación para la democracia es lo que en Estados Unidos se llama el "multiculturalismo". Debo establecer claramente lo que quiero decir cuando utilizo este término. Tal como algunos lo practican, el multiculturalismo asume la forma de algo que se asemeja a una nueva ideología de separatismo. Es un reto a la idea de una identidad común y rechaza la posibilidad de un conjunto común de principios. Los grupos que se adhieren al multiculturalismo exigen "derechos como grupo" contrarios a la idea de una vida en "una nación afianzada sobre un núcleo fijo de principios compartidos por todos".
En las sociedades multiénicas que intentan crear o mantener la democracia, esto es motivo de inquietud ya que propicia el que la gente no considere su individualidad, sino que piense mayormente en términos de su pertenencia a un grupo. La excesiva promoción de la lealtad a grupos en lugar de a los ideales como la democracia, los derechos humanos y la justicia, estimula el rompimiento de la sociedad civil. Los indicios de este quiebre son evidentes y varían desde las atribuladas relaciones raciales en Estados Unidos hasta la lucha en los Balcanes.
Al pronunciarme contra este tipo de multiculturalismo no quiero decir que no ha habido grupos en Estados Unidos y en otras sociedades que no han sido maltratados. Tampoco quiero decir que no deba corregirse el expediente histórico para que relate más fielmente las contribuciones de las minorías a nuestra sociedad. También quiero que quede claro que no estoy criticando de ninguna manera el tipo de educación multicultural que propugnan muchos educadores de Europa. Estos programas tienen como fin crear una mayor tolerancia, en oposición a otros programas que he mencionado, que a menudo fomentan una mayor intolerancia al centrarse en las diferencias en lugar de las semejanzas.
Sin embargo, a menudo los planteamientos de los partidarios del multiculturalismo y otros separatistas demuestran la actitud de que ningún grupo puede pasar juicio sobre otro, ya que todo "depende de su punto de vista". Este punto de vista tan extremadamente relativista es contrario a la necesidad de todas las sociedades de establecer principios, pautas y creencias básicas. Y, se debe señalar que los que rechazan esta afirmación, irónicamente, dan un valor absoluto a la tolerancia porque en nombre de ella se niegan a hacer cualquier otro tipo de valoración.
Esta renuencia a juzgar las prácticas de nuestras sociedades o las de otras es un error. Puede ser también una insensatez. Algunos estados que niegan la libertad de religión, expresión y conciencia se definen a sí mismos como libres. Pero no tenemos que aceptar esas definiciones propias como si las palabras no tuviesen significado. Si usásemos la definición de libertad que algunos usan -- es decir, la provisión de un empleo, atención médica y alimentos suficientes por el gobierno--, entonces tendríamos que llamar "libres" a muchos de los esclavos de la historia y a otros que están prisioneros hoy.
Temas de la
Democracia
Publicaciones Electrónicas de USIS, Vol.
1, No. 8, julio de 1996.