Robert Putnam, titular de la cátedra Dillon de Asuntos Internacionales en la Universidad de Harvard, describe la disminución de la participación en las organizaciones cívicas de Estados Unidos y menciona algunas razones de esta tendencia.Desde su publicación inicial en el Journal of Democracy, este artículo --presentado aquí en versión abreviada-- ha suscitado un debate público vigoroso y ha convertido la expresión "bolear solo" en una metáfora de la vida contemporánea en Estados Unidos. En el artículo que sigue a éste, el erudito Seymor Martin Lipset está en desacuerdo con muchas de las conclusiones de Putnam.
Reproducción autorizada por Johns Hopkins University Press. Copyright c 1995. Tomado de Journal of Democracy, enero, 1995.
La versión completa de este artículo puede encontrarse en http://muse.jhu.edu/journals/journal_of_democracy/v006/putnam .html
Muchos estudiosos de las nuevas democracias que han surgido durante la última década y media han hecho hincapié en la importancia de una sociedad fuerte y activa para la consolidación de la democracia. Con respecto a los países postcomunistas, especialmente, los académicos y los activistas democráticos por igual han deplorado la ausencia o extinción de la tradición de la participación cívica independiente y la tendencia generalizada hacia la dependencia pasiva del estado. Quienes se sienten inquietos por la debilidad de las sociedades civiles en el mundo en desarrollo y postcomunista, típicamente toman como modelo digno de emular las democracias avanzadas de Occidente y, sobre todo, de Estados Unidos. Sin embargo, hay indicios impresionantes de que la vitalidad de la sociedad civil estadounidense ha declinado en forma notable en las últimas décadas.
Desde la publicación de La democracia en América por Alexis de Tocqueville, Estados Unidos ha desempeñado un papel central en los estudios sistemáticos de la relación entre la democracia y la sociedad civil. Aunque esto se debe en parte a que las tendencias en la vida estadounidense a menudo se toman como precursoras de la modernización social, también es cierto que tradicionalmente Estados Unidos ha sido considerado excepcionalmente "cívico".
Cuando de Tocqueville visitó Estados Unidos en la década de 1830, lo que más le impresionó fue la inclinación de los estadounidenses a la asociación cívica como clave de su habilidad única para hacer funcionar la democracia. "Los norteamericanos de todas las edades, de todas las condiciones, de todas las tendencias", observó, "sin cesar forman asociaciones. No sólo hay asociaciones comerciales e industriales en las que todos toman parte, sino otras de mil variedades diferentes: religiosas, morales, serias, fatuas, muy generales y muy especiales, inmensamente grandes y muy pequeñas .... Nada, desde mi punto de vista, merece más atención que las asociaciones intelectuales y morales de norteamérica".
Recientemente, científicos estadounidenses de vena neotocquevilleana han desenterrado una amplia gama de pruebas empíricas que indican que la vida pública y el desempeño de las instituciones sociales (y no sólo en Estados Unidos) reciben una poderosa influencia de las normas y de las conexiones a que da lugar la participación cívica. Los investigadores en campos como la educación, la pobreza urbana, el desempleo, la lucha contra la delincuencia y el uso indebido de las drogas, e incluso la salud, han descubierto que es más probable que se alcancen resultados satisfactorios en comunidades cívicamente activas. Análogamente, la investigación de los diferentes logros económicos de diversos grupos étnicos en Estados Unidos ha demostrado la importancia de los vínculos sociales dentro de cada grupo. Estas conclusiones son consecuentes con la investigación en una amplia gama de entornos que demuestra la importancia vital de las conexiones sociales para el empleo y muchas otras metas económicas.
No hay duda de que los mecanismos por medio de los cuales la participación cívica y la conexión social producen resultados, como escuelas mejores, desarrollo económico más rápido, menos delincuencia y gobierno más eficaz, son múltiples y complejos. Aunque estas conclusiones brevemente esbozadas demandan un mayor grado de confirmación y quizá algunas reservas, los paralelos a través de cientos de estudios empíricos en una docena de disciplinas y subdisciplinas diferentes son impresionantes. Los científicos sociales de varias especializaciones plantearon recientemente un esquema conceptual común para comprender estos fenómenos, esquema que tiene como base el concepto del capital social. Por analogía con la idea del capital compuesto por bienes materiales y el capital humano, instrumentos y capacitación que acrecientan la productividad individual, el "capital social" se refiere a las características de la organización social como las conexiones, las normas y la confianza social que facilitan la coordinación y cooperación para beneficio mutuo.
No es mi intención estudiar aquí, y mucho menos contribuir al desarrollo de la teoría del capital social. En cambio, utilizo la premisa central de ese acervo de conocimientos, que crece con gran rapidez (sobre la influencia generalizada que tienen las conexiones sociales y la participación cívica en nuestra vida pública, así como en nuestras expectativas privadas), como el punto de partida para un examen empírico de las tendencias en el capital social de Estados Unidos contemporáneo. Me limito exclusivamente al caso estadounidense, aunque los hechos que describa pueden, en alguna medida, caracterizar muchas sociedades contemporáneas.
¿Que paso con la participación civica?
Comenzamos con datos que nos son conocidos sobre las modalidades cambiantes de la participación política. Consideremos el reconocido descenso en la concurrencia a las elecciones nacionales durante las últimas tres décadas. De un punto relativamente alto de votantes a principios de los años sesenta hasta 1990, el descenso fue de aproximadamente un cuarto; decenas de millones de estadounidenses dejaron a un lado la inveterada disposición de sus padres de participar en el acto más sencillo de ciudadanía.
Cada vez con más frecuencia los estadounidense han abandonado no sólo las urnas. Las respuestas a una serie de preguntas idénticas, hechas diez veces al año, durante las últimas dos décadas, por la Organización Roper a muestras nacionales revelan que desde 1973 el número de estadounidenses que indicaron que "en el año anterior" habían "asistido a una reunión pública sobre cuestiones relativas a su ciudad o las escuelas" ha bajado más de un tercio (de 22 por ciento en 1973 a 13 por ciento en 1993). Descensos similares relativos (y aún mayores) son evidentes en las respuestas sobre la asistencia a mitines o discursos políticos, la participación en el comité de alguna organización local o el trabajo para un partido político. Prácticamente toda forma de medir la participación directa de los estadounidenses en la política y el gobierno revelan su continua y drástica disminución durante la última generación, a pesar de que el nivel promedio de educación, el mejor nivel individual para predecir la participación política, se ha elevado notablemente durante todo este período.
No por coincidencia los estadounidenses también se han desentendido psicológicamente de la política y el gobierno durante dicho período. La proporción de estadounidenses que expresaron "confianza en el gobierno en Washington" sólo "algunas veces" o "casi nunca", ha subido constantemente de 30 por ciento en 1966 a 75 por ciento en 1992.
Es útil comenzar nuestro examen de la asociación de los estadounidenses con una ojeada de los resultados agregados de la Encuesta Social General, un estudio nacional por muestreo, realizado científicamente, que se ha repetido 14 veces durante las dos últimas décadas. Los grupos relacionados con iglesias constituyen el tipo más común de organización a la que pertenecen los estadounidenses; son especialmente populares entre las mujeres. Otros tipos de organizaciones que prefieren más a menudo las mujeres son las que prestan algún servicio a las escuelas (más que todo asociaciones de padres y maestros), los grupos deportivos, las sociedades profesionales y literarias. Entre los hombres los clubes deportivos, los sindicatos, las sociedades profesionales, las sociedades fraternas, los grupos de veteranos y los clubes benéficos son todos relativamente populares.
Entre los estadounidenses la afiliación religiosa es con mucho la razón más común para asociarse. Según indican muchos estudios, Estados Unidos sigue siendo (aun más que en la época de Tocqueville) una sociedad sorprendentemente "eclesiástica". Por ejemplo, Estados Unidos tiene más casas de oración per cápita que cualquiera otra nación sobre la Tierra. Con todo, el sentimiento religioso en este país últimamente parece estar un poco menos unido a las instituciones y más definido individualmente.
¿Qué papel han tenido estas complejas tendencias encontradas, de las últimas tres o cuatro décadas, en términos de la participación de los estadounidenses en las religiones establecidas? La tendencia general es clara: los años sesenta vieron, según se informó, una caída importante en la asistencia semanal a las iglesias, de aproximadamente 48 por ciento a finales de la década de 1950 a alrededor de 41 por ciento a principios de la década de 1970. Desde entonces, no ha variado o (según algunas encuestas) ha disminuido todavía más. Entre tanto, la información de la Encuesta Social General revela una disminución módica en el número de miembros de todos los "grupos relacionados con la iglesia" durante los últimos 20 años. Parecería entonces que la participación neta de los estadounidenses, tanto en los oficios religiosos como en grupos relacionados con la iglesia, ha disminuido un poco (quizá en un sexto) desde la década de 1960.
Por muchos años los sindicatos constituyeron una de las afiliaciones organizadas más comunes entre los trabajadores estadounidenses. Con todo, el número de miembros de los sindicatos ha venido bajando por espacio de casi cuatro décadas; la disminución más fuerte ocurrió entre 1975 y 1985.
Las asociaciones de padres y maestros (PTA) han sido una forma especialmente importante de participación cívica en el siglo XX en Estados Unidos, debido a que la intervención de los padres en el proceso educacional representa una forma particularmente productiva de capital social. Es, por tanto, desalentador descubrir que la participación en las organizaciones de padres y maestros ha bajado drásticamente durante la última generación, de más de doce millones en 1964 a escasos cinco millones en 1982, antes de restaurarse a aproximadamente los siete millones actuales.
Pasamos ahora a los datos sobre la participación (y servicios voluntarios) en organizaciones cívicas y fraternas. Esta revela algunas tendencias sorprendentes. Primero, el número de miembros en grupos tradicionalmente integrados por mujeres ha disminuido más o menos constantemente desde mediados de la década de 1960. Reducciones similares se presentan en el número de voluntarios en las principales organizaciones cívicas, como los Niños Exploradores (25 por ciento menos desde 1970) y la Cruz Roja (61 por ciento menos desde 1970). Las organizaciones fraternas también experimentaron una caída considerable en el número de sus miembros durante las décadas de 1980 y 1990.
Un hecho más singular y, con todo, desconcertante, que descubrí en relación con la menor participación social contemporánea en Estados Unidos, es que hoy más estadounidenses juegan a los bolos que en cualquier época anterior, pero, aproximadamente durante la última década, han caído verticalmente los juegos de bolos en ligas organizadas. Entre 1980 y 1993 el número de jugadores de bolos en Estados Unidos aumentó 10 por ciento, mientras que bolear en ligas disminuyó 40 por ciento. El auge del jugar solo a los bolos amenaza la subsistencia de los propietarios de boleras, porque los que juegan en ligas consumen tres veces más cerveza y pizza y las ganancias en este deporte están en este consumo de cervezas y pizza, no en las bolas o los zapatos. La implicación social más amplia, sin embargo, radica en la interacción social e incluso, ocasionalmente, en las conversaciones cívicas al calor de la cerveza y la pizza, a que renuncian los jugadores solos. Si bolear es mejor o no que votar, a los ojos de la mayoría de los estadounidenses, los equipos de jugadores de bolos ilustran otra forma más de capital social que desaparece.
Tendencias opuestas
A esta altura, sin embargo, debemos confrontar un contraargumento. Quizá las formas tradicionales de organización cívica, cuyo deterioro hemos trazado, han sido reemplazadas por organizaciones nuevas y dinámicas. Por ejemplo, las organizaciones nacionales en favor del medio ambiente (como el Sierra Club) y los grupos feministas (como la Organización Nacional de Mujeres) crecieron rápidamente durante las décadas de 1970 y 1980 y actualmente cuentan con cientos de miles de miembros que pagan cuota. Un ejemplo todavía más espectacular es la Asociación de Personas Jubiladas de Estados Unidos (AARP), que tuvo un crecimiento exponencial de 400.000 afiliados en 1960 a 33 millones en 1993, llegando a ser la organización privada más grande del mundo (después de la Iglesia Católica). Las administraciones nacionales de estas organizaciones están entre los grupos de presión más temidos en Washington, en gran parte debido a sus enormes listas de direcciones de miembros presumiblemente leales.
Estas nuevas asociaciones en gran escala son claramente de mucha importancia política. Desde el punto de vista de las conexiones sociales, sin embargo, son tan diferentes de las "asociaciones secundarias" clásicas, que necesitamos inventarles una nueva etiqueta, quizá "asociaciones terciarias". Para el grueso de sus miembros el único acto de afiliación consiste en girar un cheque por su cuota o quizá, ocasionalmente, leer el boletín. Pocos asisten a las reuniones de tales organizaciones y la mayoría probablemente nunca se encuentre (a sabiendas) con otro miembro. El vínculo entre dos miembros cualesquiera del Sierra Club se parece menos al vínculo entre dos miembros de un club de jardinería y más al vínculo entre dos hinchas cualesquiera [de un mismo equipo] (o quizá dos leales propietarios de automóviles Honda): vitorean al mismo equipo y comparten algunos intereses, pero el uno desconoce la existencia del otro. En pocas palabras, su vinculación está en símbolos comunes, líderes comunes y quizá ideales comunes, pero no en el interés del uno por el otro. La teoría del capital social dice que la afiliación en una asociación debe, por ejemplo, acrecentar la confianza social, pero este pronóstico es mucho menos claro cuando se trata de asociaciones terciarias. Desde el punto de vista de la conexión social, el Fondo para la Defensa del Medio Ambiente y un equipo de bolos no están en la misma categoría.
Si el crecimiento de las organizaciones terciarias representa un ejemplo contrario potencial (pero probablemente no real) a mi tesis, una segunda tendencia opuesta la representa la creciente prominencia de las organizaciones sin fines lucrativos, especialmente las instituciones de servicios sin fines lucrativos. Este sector llamado tercero incluye de todo, desde Oxfam y el Museo Metropolitano de Arte hasta la Fundación Ford y la Clínica Mayo. En otras palabras, aunque la mayoría de las asociaciones secundarias son sin fines lucrativos, la mayoría de las instituciones sin fines lucrativos no son asociaciones secundarias. Identificar las tendencias en cuanto al tamaño en el sector no lucrativo con las tendencias en la conexión social sería otro error conceptual fundamental.
La tercera tendencia contraria posible es mucho más pertinente a la evaluación del capital social y la participación cívica. Algunos investigadores de competencia reconocida arguyen que en décadas recientes se ha visto una rápida multiplicación de los "grupos de auto ayuda" de varias clases. Según Robert Wuthnow, 40 por ciento de todos los estadounidenses dice que "en la actualidad pertenecen a algún grupo pequeño que se reúne regularmente y provee apoyo o ayuda a sus participantes". Muchos de estos grupos están afiliados a alguna religión, pero muchos otros no. Por ejemplo, cerca del 5 por ciento de la muestra nacional de Wuthnow indica que participa regularmente en un grupo de "autoayuda", como Alcohólicos Anónimos, y casi la misma cantidad dice que pertenece a grupos de debate literario o clubes de aficionados.
Los grupos descritos por las personas entrevistadas por Wuthnow indudablemente representan una forma importante de capital social y deben incluirse en cualquier estimación de las tendencias en la conexión social. Por otra parte, generalmente no desempeñan la misma función de asociaciones cívicas tradicionales. Algunos grupos pequeños simplemente ofrecen la oportunidad para que los individuos se concentren en si mismos en presencia de otros. El contrato social que une a sus miembros impone sólo las obligaciones más ligeras: venga si tiene tiempo; converse si se siente con deseos de hacerlo ....
A todas estas tres tendencias contrarias potenciales: organizaciones terciarias, organizaciones sin fines lucrativos y grupos de autoayuda, hay que asignarles algún valor al examinar la erosión de las organizaciones cívicas convencionales. Una forma de hacerlo es consultar la Encuesta Social General.
[Esta indica que] en todos los niveles de educación (y por ende sociales) de la sociedad estadounidense y contando todo tipo de afiliación en grupos, el promedio de miembros de asociaciones ha descendido alrededor de un cuarto durante los últimos veinticinco años. Los datos de encuestas de que se dispone confirman nuestra conclusión anterior: el capital social estadounidense en forma de asociaciones cívicas ha sufrido una considerable erosión durante la última generación.
Buenos vecinos y confianza social
Indiqué anteriormente, que la prueba cuantitativa que esta más fácilmente disponible sobre las tendencias de la conexión social proviene de situaciones formales, como los lugares de votación, reuniones de sindicatos u organizaciones de padres y maestros. Una excepción bastante notoria ha sido tan ampliamente discutida que requiere aquí poco comentario: la forma más básica de capital social es la familia y es bien conocida la inmensa cantidad de estudios que atestiguan la relajación de los vínculos dentro de ella (tanto en la familia extendida como en el núcleo familiar). Esta tendencia, desde luego, es bastante consecuente con nuestro tema de descapitalización social (y quizá ayuda a explicarla).
Un segundo aspecto de capital social informal, acerca del cual tenemos de casualidad una serie de datos de una serie de fechas razonablemente confiables, es la buena vecindad. En cada una de las encuestas sociales generales, desde 1974, se ha hecho la pregunta "¿Con qué frecuencia pasa usted una velada social con un vecino?". La proporción de estadounidenses que socializan con sus vecinos más de una vez al año ha ido bajando lenta pero constantemente en las dos últimas décadas, de 72 por ciento en 1974 a 61 por ciento en 1993. (Por otra parte, parece que va en aumento departir socialmente con "amigos que no viven en el vecindario", tendencia que puede reflejar el crecimiento de la conexión social basada en el trabajo).
Los estadounidenses son también menos confiados. La proporción de los que dicen que puede confiarse en la mayoría de la gente descendió más de un tercio entre 1960, cuando 58 por ciento contestó afirmativamente, y 1993, cuando sólo 37 por ciento lo hicieron. Esta tendencia se encuentra en todos los niveles de educación.
Nuestra discusión de las tendencias en la conexión social y la participación cívica presume, tácitamente, que todas las formas de capital social que hemos mencionado tienen una relación recíproca coherente respecto a todos los individuos. Y de hecho es así. Es mucho más probable que los afiliados a alguna asociación participen en política, pasen algún tiempo con sus vecinos, expresen confianza en la sociedad y demás, que quienes no lo están.
¿Por que se erosiona el capital social estadounidense?
Como ya hemos visto, algo sucedió en Estados Unidos en las dos o tres últimas décadas para que disminuyera la participación cívica y la conexión social. ¿Qué pudo ser ese "algo"? Damos aquí varias explicaciones posibles, junto con algunos datos iniciales que las confirman.
La incorporación de la mujer en la fuerza laboral. Durante estas mismas dos o tres décadas, muchos millones de mujeres estadounidenses han salido de sus casas para tomar trabajos remunerados. Esta es la razón principal, aunque no la única, para que las horas semanales de trabajo del promedio de los estadounidenses hayan aumentado considerablemente durante esos años. Parece muy plausible que esta revolución social haya reducido el tiempo y energía disponibles para reforzar el capital social. Parece que la disminución más pronunciada en la participación cívica de la mujer ocurrió en los años setenta; el número de miembros de las organizaciones de "mujeres" se redujo prácticamente a la mitad desde finales de los años sesenta. En cambio, la mayor parte de la disminución de la participación en organizaciones de hombres ocurrió aproximadamente diez años más tarde; la merma total hasta la fecha ha sido de aproximadamente 25 por ciento para una organización típica. Por otro lado, los datos de las encuestas indican que la disminución agregada en lo que se refiere a los hombres es prácticamente tan grande como la de las mujeres.
Movilidad. La hipótesis del "trasplante". Numerosos estudios sobre la participación en organizaciones han demostrado que la estabilidad residencial y sus fenómenos afines, como la vivienda propia, tienen una relación clara con la mayor participación cívica. La movilidad, como sucede cuando a las plantas se les cambia de tiesto, tiende a afectar las raíces y toma tiempo para que un individuo desarraigado vuelva a echar raíces. Parece plausible que el automóvil, los barrios residenciales en las afueras de las ciudades y la emigración hacia el Cinturón de Sol hayan reducido el arraigamiento social del estadounidense promedio. Sin embargo, hay una dificultad fundamental con esta hipótesis: la información más confiable indica que la estabilidad de la vivienda y la vivienda propia han aumentado en Estados Unidos moderadamente desde 1965 e indudablemente han alcanzado un nivel más elevado ahora que en los años cincuenta, cuando la participación social y la conexión social, según nuestros elementos de juicio, eran definitivamente más altas.
Otras transformaciones demográficas. Toda una gama de cambios adicionales ha transformado la familia estadounidense desde los años sesenta: menos matrimonios, más divorcios, menos hijos, salarios reales más bajos y demás. Cada uno de estos cambios puede ser responsable de una parte de la merma en la participación cívica, ya que las parejas de clase media, casadas y con hijos generalmente son más activas socialmente que otras personas. Además, los cambios en escala que arrollaron la economía estadounidense en estos años, como lo demuestra bien la sustitución de la tienda de víveres de la esquina por el supermercado, y ahora probablemente el reemplazo de éste por las compras electrónicas desde la casa, o la sustitución de las empresas basadas en la comunidad por las filiales de firmas multinacionales distantes, quizá hayan socavado la base substancial e incluso física de la participación cívica.
La transformación tecnológica del ocio. Hay razones para creer que los avances tecnológicas, de profundo arraigo, están "privatizando" o "individualizando" radicalmente el uso que damos a nuestro tiempo libre y por ende están deshaciendo muchas oportunidades de formación de capital social. El instrumento más obvio, y probablemente más poderoso, de esta revolución es la televisión. Los estudios sobre el empleo del tiempo en la década de 1960 mostraban que el aumento en el tiempo dedicado a ver televisión hacía ver insignificante cualquier otro cambio en la forma en que los estadounidenses pasaban sus días y sus noches. La televisión ha hecho a nuestras comunidades (más bien a lo que sentimos como nuestras comunidades) más grandes y más superficiales. En lenguaje económico, la tecnología electrónica permite satisfacer el gusto individual en forma más completa, pero a costa de factores exógenos sociales positivos que tienen su origen en formas más primitivas de diversión.
¿Por consiguiente, está creando la tecnología una brecha entre los intereses individuales y nuestros intereses colectivos? Es un interrogante que parece merecer un examen más sistemático.
¿Que debe hacerse?
El último refugio de un sociólogo pícaro es pedir que se lleve a cabo más investigación. Con todo, no puedo abstenerme de sugerir otros temas de estudio.
El concepto de "sociedad civil" ha tenido un papel central en el reciente debate mundial sobre las condiciones previas necesarias para la democracia y la democratización. En las democracias más nuevas esta frase concentra la atención, como es debido, en la necesidad de fomentar una vida cívica dinámica en tierras tradicionalmente inhóspitas a la autonomía. En las democracias establecidas, irónicamente, un creciente número de ciudadanos ponen en duda la efectividad de sus instituciones públicas, en el momento mismo en que la democracia liberal ha barrido el campo de batalla, tanto ideológica como geopolíticamente. En Estados Unidos, por lo menos, hay razones para sospechar que este desarreglo democrático pueda estar relacionado con una amplia y continua erosión de la participación cívica que comenzó hace un cuarto de siglo.
Debe colocarse en lugar prioritario de nuestro temario académico investigar la posibilidad de que una erosión comparable del capital social pueda estar ocurriendo en otras sociedades avanzadas, quizá con manifestaciones distintas en sus instituciones y en la conducta. Debe colocarse en lugar prioritario del temario de Estados Unidos averiguar la forma de revertir estas tendencias adversas en la conexión social, y por tanto restaurar la participación cívica y la confianza en la sociedad.
Temas de la
Democracia
Publicaciones Electrónicas de USIS, Vol.
1, No. 8, julio de 1996.