Los grupos de acción ciudadana proliferan en todo el mundo y se han convertido en un importante y valioso contrapunto del poder de los gobiernos impersonales y los mercados impulsados por el deseo de obtener ganancias, dicen dos observadores internacionales.Miguel Darcy de Oliveira es secretario ejecutivo del Instituto de Acción Cultural (IDAC), con sede en Río de Janeiro. Es también el actual presidente del Comité Ejecutivo de CIVICUS o Alianza Mundial para la Participación del Ciudadano. Rajesh Tandon, miembro de la junta directiva de CIVICUS, es fundador y coordinador de la Sociedad para la Investigación Participativa de Asia (SIPA).
A continuación la traducción de una versión adaptada del informe titulado "Citizens Strenghtening Global Civil Society" (Los ciudadanos fortalecen de la sociedad civil mundial), publicado por CIVICUS en 1994, con información actualizada proporcionada por Darcy de Oliveira.
En las últimas dos décadas, gente de todas clases, creencias y antecedentes étnicos se ha organizado para defender la democracia y los derechos humanos, para luchar por un desarrollo más equitativo y un medio ambiente más seguro, o bien para ayudar a los que necesitan mejorar la calidad de su vida diaria.
Estas acciones ciudadanas varían desde las mujeres que se abrazan a los árboles para evitar su tala en la India, hasta organizaciones mundiales ambientalistas que cabildean ante los gobiernos para que se reconozcan los desequilibrios ecológicos. Desde los estudiantes en Escandinavia que donan las ganancias de su labor voluntaria a los proyectos educativos del Tercer Mundo, hasta las madres de los presos políticos en la Argentina que hicieron frente a una dictadura militar. Desde los obreros polacos que desafiaron a un régimen totalitario, hasta aldeas enteras de Asia que se movilizan para gobernarse y desarrollarse por sí mismas. Desde los médicos que hicieron caso omiso de las fronteras entre las naciones para rescatar a las víctimas de conflictos civiles, hasta los millones de norteamericanos que leen libros a los ciegos, recaudan dinero para causas benéficas o realizan labor voluntaria en su biblioteca, galería de arte o comedor de beneficiencia locales. Desde las valientes mujeres árabes que defienden sus derechos, hasta los ciudadanos de todo el mundo que exigen la seguridad y la libertad de pueblos oprimidos, cuyos nombres hasta les es difícil pronunciar y cuyas creencias políticas a menudo no comparten.
La fuente de inspiración puede ser espiritual, religiosa, moral o política. Sin embargo, el hilo que corre por toda la urdimbre de este tejido en constante formación proviene del acervo de principios tales como la solidaridad y la compasión por la suerte y el bienestar de otros, aunque sean desconocidos y estén distantes, un sentido de responsabilidad personal y de confianza en las propias fuerzas para hacer el bien, el impulso altruista de dar y compartir, y el rechazo de la desigualdad, la violencia y la opresión.
Anteriormente, los gobiernos de muchas partes del mundo solían oponerse a la sociedad civil. Sin embargo, la caída de los regímenes comunistas y de muchas dictaduras militares represivas de América Latina y de Asia, unida a la crisis del estado proveedor del norte y el desarrollo impulsado por el estado en el sur, ha propiciado un ambiente político mucho más abierto y a la vez más complejo.
Puede que las instituciones de la sociedad civil sean frágiles, pero son muchas y su crecimiento, en alcance y tamaño, ha sido constante durante las últimas dos décadas. Las asombrosas y pacíficas revoluciones de Europa Oriental, la transición a la democracia de muchos países del sur y los notables cambios ocurridos en Sudáfrica son prueba de la fuerza de la acción cívica.
En los últimos cinco años nos hemos alejado a paso constante de la polarización del estado contra el mercado que caracterizó la era de la guerra fría. La alternativa ideológica mercado o estado puede ahora cambiarse para responder a estas preguntas: ¿Qué tipo de estado? ¿Qué tipo de mercado? Y, por consiguiente, ¿qué tipo de tercer sector?
Hacia una sociedad civil mundial
Las tendencias que prevalecen actualmente y tienden a agravar la pobreza y al desequilibrio ecológico no pueden revertirse con medidas que se emprendan únicamente a nivel local o nacional. Recientemente se han formado coaliciones y redes regionales en muchas partes del mundo para abordar cuestiones e inquietudes específicas como son la protección del medio ambiente, los derechos humanos, la educación del adulto; los derechos de la mujer, el niño y los pueblos indígenas; cuestiones de salud y hábitat, y otros. La vinculación de redes ha sido una característica de este surgimiento de la sociedad civil mundial.
En contraste con la estructura de los gobiernos y las corporaciones, las redes tienden a operar en sentido horizontal. Sus centros están en todas partes y su periferia en ninguna. Sus líderes se rotan en los cargos. Su objetivo no es la preservación propia sino la realización de una labor. Las redes se ajustan rápidamente a los cambios en las circunstancias y pueden desaparecer cuando ya no son necesarias.
Las mujeres han tomado la delantera en este proceso. Durante décadas han venido tratando, con perseverancia y energía, de establecer un programa cuyo objetivo sea eliminar todas las formas de discriminación por sexo. Las organizaciones de acción tales como Amnistía Internacional y "Médicos sin Fronteras" han trabajado en favor de los prisioneros políticos y de los civiles que han sido víctimas de conflictos armados donde quiera que se han violado los derechos humanos.
El Plan Popular para el Siglo XXI (PP21), es un ejemplo reciente de cómo se forma una coalición, en este caso en la región del Asia y el Pacífico. El PP21 incluye todos los sectores sociales y se ha establecido como una coalición entre grupos de mujeres, pueblos indígenas, obreros, grupos en pro de los derechos humanos y activistas sociales para proponer un modelo alternativo de desarrollo.
Las redes y actividades de las organizaciones no gubernamentales han producido acontecimientos notables a nivel mundial. El más abarcador y mejor organizado de éstos fue la Reunión Cumbre y Foro de la Tierra celebrados en Río de Janeiro en 1992. Es justo decir que en esta conferencia, patrocinada por las Naciones Unidas, los ciudadanos no sólo educaron al público sobre las cuestiones ambientales sino que, por primera vez, subrayaron la responsabilidad que comparten los estados en la administración del planeta. Se realizaron campañas de movilización similares para la Conferencia de Derechos Humanos celebrada en Viena en 1993, la Conferencia sobre Población en El Cairo en 1994, la Reunión Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social en 1995 y la Conferencia Mundial de la Mujer en Pekín en 1995.
Las asociaciones internacionales de grupos de consumidores analizan minuciosamente los asuntos del mercado y exigen una mayor transparencia en las acciones de entidades internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Por ejemplo, la Organización Internacional de Uniones de Consumidores (OIUC), asociación mundial de organizaciones de consumidores de más de 80 países, ha contribuido significativamente a asegurar una mayor rendición de cuentas de parte de las empresas comerciales.
El mero hecho de que en ciertas partes del norte también haya desempleo, violencia urbana, drogas, SIDA y degradación del medio ambiente presenta nuevas oportunidades de establecer vínculos horizontales a nivel internacional; asociaciones entre áreas geográficas y naciones que trasciendan la relación donante/donatario y otorgante/receptor.
En América Latina, participantes importantes, tales como el Banco Interamericano de Desarrollo, CIVICUS (the World Alliance for Citizen Participation - Alianza Mundial para la Participación Ciudadana), el Instituto Synergos (organización de desarrollo para combatir la pobreza) y la Fundación Ford, la Fundación Interamericana y la Fundación Mott, han unido sus fuerzas a las del consorcio nacional de organizaciones no gubernamentales para establecer un programa de acción común que proporcione apoyo a la sociedad civil. También se ha lanzado un reto a los gobiernos para que establezcan más asociaciones con las organizaciones ciudadanas con el fin de promover el desarrollo social.
Se necesita acción audaz
Estas coaliciones que van surgiendo entre la sociedad civil, el estado y el mercado comparten la convicción de que los métodos que tradicionalmente se han utilizado para aliviar la pobreza y el subdesarrollo deben ser objeto de revisión. Los analistas se dan cuenta de que los mecanismos del mercado tienden a aumentar la fragmentación de la sociedad en lugar de cerrar la brecha entre pudientes y necesitados. Por otra parte, los gobiernos hacen frente a una reducción de ingresos y cada vez son menos capaces de proporcionarles servicios sociales básicos a todos.
Por lo tanto, se les pide a los ciudadanos y a las organizaciones que asuman una mayor responsabilidad y aborden los requerimientos de la comunidad. Más que nada, son ellos los que vigilan si las políticas del gobierno son eficientes e instan a una mayor participación social y rendición de cuentas de parte del sector privado.
El surgimiento de estas nuevas coaliciones y redes confirman que ha llegado el momento de actuar con determinación para consolidar la participación ciudadana y la sociedad civil tanto a nivel nacional como internacional.
La participación ciudadana aumenta en todo el mundo en un momento caracterizado por un marcado descenso, particularmente en el norte, de las formas tradicionales de participación en la política, como son las elecciones, la afiliación a partidos políticos y sindicatos obreros. En tanto que la lucha en el sur se refiere a extender la recién obtenida democracia y conducir a la ciudadanía a otras esferas sociales y económicas, el norte experimenta una tendencia cada vez mayor hacia la apatía y el descontento. Hay una creciente desilusión con la política. Muchos ciudadanos sienten que han perdido el control de los mecanismos políticos y económicos que afectan de forma decisiva sus vidas.
Ante la amenaza de los procesos que están más allá de su comprensión y poder de influencia y de la alienación que resulta de la homogenización cultural mundial, muchos reaccionan colocándose a la defensiva, con un retorno al etnocentrismo y a una mentalidad localista. La renovación del sentido de interés y de solidaridad entre los ciudadanos podría ser una alternativa poderosa a la fragmentación social y a la afirmación agresiva de la identidad étnica o religiosa.
Este sentido de pertenecer a algo que es común a todos no puede mantenerse si no se presta atención a las diferencias culturales, religiosas, lingüísticas o étnicas. Al romper todas las barreras tradicionales de casta, clase, religión o nación-estado, la opción de la acción ciudadana mundial, arraigada en un conjunto de principios comunes, supone el reconocimiento y la aceptación de que la diversidad es una de las características más distintivas de la humanidad.
Temas de la
Democracia
Publicaciones Electrónicas de USIS, Vol.
1,
No. 8, julio de 1996.