El hecho de que en todo el mundo se hayan aprobado medidas jurídicas para proteger las libertades humanas fundamentales se debe en gran parte a la transcendental labor del jurista norteamericano Robert Jackson, fiscal de los juicios de Nuremberg. El 16 de abril de 1996 el juez asociado del Tribunal Supremo de Estados Unidos, Stephen G. Breyer, glosó el legado de Jackson en un discurso pronunciado en la ciudad de Washington.
La ley de Estados Unidos ha proclamado el día de hoy, Yom Hashoah, como Día del Recuerdo, del Holocausto. En el Yom Hashoah de 1996, recordamos que hace 50 años otro miembro del tribunal del que formo parte, el juez asociado Robert Jackson, se unió a representantes de otros países en el desempeño de sus funciones como fiscal, en Nuremberg. Esa ciudad, dijo Jackson, aunque había sido escogida para el proceso porque sus instalaciones estaban en buenas condiciones de funcionamiento en comparación con las de otras ciudades, se encontraba en aquella época en una "situación terrible, sin servicio de teléfonos, con las calles cubiertas de escombros entre los que se decía que todavía yacían unos 20.000 cadáveres y en las que flotaba el hedor de la muerte, sin transportes públicos de ningún tipo, sin tiendas, comercio o alumbrado, la red de abastecimiento de aguas en malas condiciones". El juzgado había "sufrido daños". Su sala de audiencias "no era grande". Sobre una puerta había un reloj de arena. Sobre otra, "una gran placa con los Diez Mandamientos" como único testigo de la destrucción. En el banquillo, 21 altos jefes del Reich de Mil Años de Hitler esperaban ser juzgados.
El juez Jackson describió el juicio de Nuremberg como "el proceso más importante que se pueda imaginar". Definió su propia labor en él como la más importante "experiencia de mi vida", "infinitamente más importante que mi labor en el Tribunal Supremo, o ... cualquier otra cosa que hice como procurador general". Esta tarde, al dirigirme a ustedes como judío norteamericano, como juez, como miembro del Tribunal Supremo, deseo explicar brevemente por qué creo que Jackson tenía razón.
En primer lugar, como abogado, Robert Jackson comprendió la importancia de reunir pruebas. ¿Reunir pruebas? se podría responder. Qué falta hace reunir pruebas en una ciudad en la que sólo veinte años antes la ley misma, representada por los decretos de Nuremberg, había segregado a los judíos en ghettos, los había sometido a trabajos forzados, los había expulsado de sus profesiones, había expropiado sus bienes, y les había prohibido toda vida cultural, prensa, teatro y escuelas..."Pruebas", uno podría haber exclamado. "No tiene más que abrir los ojos y mirar en torno suyo".
Pero la Torah nos dice: Hubo una generación que "no conoció a José". Este es el peligro. Y Jackson estaba decidido a recopilar un expediente que no dejase ... a ninguna generación futura la más mínima duda. "Tenemos que establecer acontecimientos increíbles mediante pruebas dignas de crédito", dijo. Y se dio cuenta de que, para ello, los 33 testigos de cargo vivos eran de importancia secundaria. Antes bien, los fiscales establecieron lo que Jackson llamó "un caso deslucido" que no "tenía interés para la prensa" o el público, pero que era un caso irrefutable. Estaba constituido por documentos hechos por los propios acusados, "cuya autenticidad" no podía ser "impugnada", y no lo fue.
Los fiscales llevaron a Nuremberg 100.000 documentos alemanes capturados; examinaron millones de metros de película; presentaron 25.000 fotografías capturadas, "junto con el fotógrafo personal de Hitler que había tomado la mayoría de ellas". Los fiscales decidieron no pedir a ningún acusado que testificara contra ninguno de los otros acusados, para que nadie pudiera creer que ninguno de ellos, con la esperanza de ser tratado con indulgencia, había exagerado los crímenes de otro. Pero les permitieron a todos los acusados presentar testigos, declarar en su propia defensa, hacer declaraciones adicionales no juradas y presentar pruebas documentales. De lo que se trataba en realidad era de decirles a estos acusados: ¿Qué tienen ustedes que alegar frente a nuestro caso, caso que ustedes, no nosotros, han forjado, sobre la base de sus propias palabras y hechos confesados? ¿Cuál es su respuesta? La respuesta, después de más de 10 meses y 17.000 páginas de transcripciones, fue, con respecto a 19 de los acusados, que no había respuesta. No había respuesta. No tenían nada que decir.
Como resultado, ahí están las pruebas, en palabras de Jackson, "con tal autenticidad y con tal detalle, que en el futuro no se podrán negar de manera responsable estos crímenes y no podrá surgir una tradición de martirio de los jefes nazis entre la gente informada". Las generaciones futuras sólo tienen que abrir los ojos y leer.
Segundo, como juez, Robert Jackson comprendió el valor del precedente, lo que [el jurista norteamericano Benjamín] Cardozo llamó "el poder del camino andado". Esperaba establecer un precedente que, según dijo, hiciera "explícito y exento de toda ambigüedad" lo que anteriormente había sido "implícito" en el derecho: "que perseguir, oprimir o hacer violencia a individuos o minorías por motivos políticos, raciales o religiosos... es un crimen internacional... de la comisión [de los cuales]... son responsables los individuos" y pueden ser castigados. Esperaba forjar, con los diversos ordenamientos jurídicos de los países victoriosos, un sistema viable único que, en este caso, sirviera de voz de la decencia humana. Esperaba crear un "modelo de equidad legal" que incluso un país derrotado pudiera considerar justo.
¿Lo logró? Al menos tres cuartas partes del país alemán en aquella época afirmaron que el proceso les había parecido "imparcial" y "justo". Lo que es más importante, hay motivo de optimismo en cuanto a los objetivos de mayor alcance. Consideren el espectacular aumento del interés en la protección de las libertades humanas básicas en Estados Unidos, Europa y más tarde en otros países, en los cincuenta años siguientes a la Segunda Guerra Mundial. Consideren cómo se ha llegado a lo que ahora es casi un consenso en cuanto a que las instituciones jurídicas (las constituciones escritas, las declaraciones de derechos, los procedimientos imparciales y un poder judicial independiente) deben desempeñar una función, a veces importante, en la protección de la libertad del hombre. Consideren que hoy, a medio siglo de Nuremberg (y para la historia 50 años no son nada), los países tienen conciencia de que no pueden contemplar impasibles los actos más bárbaros de otros países; ni, como demuestran los acontecimientos recientes, pueden, quienes cometen esos actos, negarse a admitir la posibilidad cada vez más real de que se les exigirán responsabilidades y serán llevados ante la justicia. Estamos obligados a seguir el camino que ya se ha andado.
Tercero... Jackson creía que los procesos de Nuremberg representaban un esfuerzo humano para cumplir una aspiración humana fundamental: "la aspiración humana a hacer justicia". Jackson enunció este esfuerzo en su discurso de apertura del tribunal. Comenzaba así: "Las injusticias que queremos condenar y castigar han sido tan calculadas, tan malvadas y tan devastadoras, que la civilización no puede tolerar que se pasen por alto porque no puede sobrevivir a su repetición. Que cuatro grandes países, eufóricos por la victoria y heridos por el agravio, detengan la mano de la venganza y voluntariamente sometan a sus enemigos cautivos al fallo de la ley es uno de los tributos más importantes que el poder haya rendido a la razón".
Para comprender el significado de esta declaración, es importante comprender lo que esta declaración no significa. Nuremberg no pretende ser la respuesta de la humanidad a los acontecimientos cataclísmicos que se describen en la declaración de apertura. Una visita al Museo del Holocausto [en la ciudad de Washington] , o para algunos, a los vericuetos de la memoria, deja bien en evidencia que ni siquiera las bellas frases de Jackson, por elocuentes que sean, pueden compensar los acontecimientos que las provocaron. Pero esto es sólo porque, contra el fondo de lo que ocurrió, casi cualquier declaración humana parecería trivial. Una visita al museo lleva a muchos, entre los que me incluyo, a reaccionar no con palabras, sino con silencio. Pensamos: No hay palabras. No hay acción compensatoria. No puede haber venganza. Ni hay fin feliz posible. Salimos profundamente deprimidos por la capacidad para el mal que posee el ser humano.
Es en ese punto, tal vez, donde Nuremberg puede ayudarnos, pues nos recuerda que la historia del Holocausto no es toda la historia; nos recuerda esas aspiraciones humanas que siguen siendo causa de optimismo. Nos recuerda que después de la barbarie vino un llamamiento a la justicia razonada.
Concluir la historia del Holocausto con un proceso justo, emblema de esa justicia, es recordar al oyente lo que Esquilo escribió hace 2.500 años en las Euménides, donde la justicia dominando a la furias vengadoras, la propia humanidad bárbara, promete a Atenas que su sede, la sede de la justicia, "será una muralla, un baluarte de salvación, ancho como tu tierra, como tu estado imperial; no habrá otro más poderoso en el mundo habitable". Es repetir el mandato del Deuteronomio al pueblo judío: "La justicia, la justicia buscaréis".
Si insisto en la función de Nuremberg en una historia del Holocausto, no es sencillamente porque el magistrado Jackson mismo confiaba en que el proceso "se encomendase él mismo a la posteridad". Más bien, es porque nuestra función, la función de casi todos nosotros hoy en relación con el Holocausto, no es sencillamente aprender de él, sino también contarlo y volverlo a contar, a nosotros mismos, a nuestros hijos y a las generaciones futuras.
Los que desaparecieron dijeron: "Recordadnos". Hacer eso, recordar y repetir la historia, es preservar el pasado; es aprender del pasado, es instruir y advertir al futuro. Es ayudar... [a las generaciones futuras]... a comprender lo peor de que es capaz la naturaleza humana. Pero, es también contar esa pequeña parte de la historia que les recordará, asimismo, una virtud humana: la aspiración de la humanidad "a hacer justicia". Es ayudarnos a decir con el salmista: "La justicia y la ley son los cimientos sobre los que se asienta tu trono".