En todo Estados Unidos, los funcionarios públicos intentan reducir el exceso de regulaciones que les impone un gobierno federal cada vez más dispar. En este artículo, Michael Leavitt, gobernador del estado de Utah, expone sus ideas de cómo mantener un gobierno federal vigoroso el que, a la vez que limita su supremacía a sólo unas cuantas cuestiones, les permite a los estados mantener a raya el poder del propio gobierno.
Es un honor para mí servir como gobernador de Utah, un estado próspero y glorioso que acaba de celebrar su centenario. Sin embargo, un gobernador no sólo es elegido para gobernar un estado. Debemos desempeñar la función histórica que nos fue encomendada por los fundadores de la nación como guardianes del equilibrio entre los intereses del gobierno local y los intereses del gobierno federal o nacional del país.
A lo largo de los últimos 50 años, el gobierno federal con sede en Washington --es decir, el presidente, el Tribunal Supremo y el Congreso, ya sea que esté controlado por el Partido Demócrata o el Republicano-- ha extendido su influencia sobre el gobierno local, de manera tal que el sistema norteamericano de gobierno por tres poderes separados se encuentra hoy en completo desorden.
Muchos han sido los libros que se han escrito sobre las causas de esta situación. No hay una explicación sencilla y sobran culpas para echar. No obstante, el hecho es --y estoy convencido de ello-- que hay que equilibrar la balanza del sistema que tan cuidadosamente fue establecido por los fundadores de la nación.
En el contexto histórico, el debate sobre el federalismo norteamericano ha sido serio e importante. Quiero exponer claramente tres principios en los que creo. Primero, que sin un gobierno federal firme, Estados Unidos de América fracasaría. Somos y debemos seguir siendo "una nación bajo Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos". Segundo, que la fortaleza de nuestro gobierno federal se basa en su supremacía. Y tercero, creo que el gobierno de nuestra nación se ha debilitado a causa de una bien intencionada expansión que trasciende su propósito y aplicación lógica.
La necesidad de un gobierno nacional fuerte pero limitado
Después de su victoria en la Guerra de la Revolución, las colonias se convirtieron en estados independientes, unidos en una relación poco estrecha por un documento titulado Artículos de la Confederación. Y, si bien muchas eran sus esperanzas y aspiraciones, francamente, la cosa era un lío. El gobierno nacional era muy débil. El país se tambaleaba bajo el peso de la deuda de $60 millones que había sido el saldo de la guerra. No había modo de pagar la deuda porque no había un sistema tributario nacional. Tres estados diferentes reclamaban parte del territorio del estado de Vermont. No se había establecido un sistema jurídico nacional para resolver disputas. Las barreras comerciales y el fragmentado sistema monetario sofocaban la economía. Ante los ojos de las potencias extranjeras, esto no era una nación, sino un grupo de rebeldes que a los que no había que tomar en serio. Se tenía que hacer algo.
En mayo de 1787, un grupo de legisladores estatales y ciudadanos se reunieron en Filadelfia, Pensilvania, para celebrar una convención constitucional y elaborar un tipo de sistema práctico. Los 55 delegados se reunieron durante cuatro meses a puerta cerrada bajo la dirección de George Washington para redactar lo que más tarde sería la Constitución de Estados Unidos.
De esa reunión surgieron dos temas fundamentales: primero, el equilibrio entre los intereses de los estados grandes y los intereses de los estados pequeños. Esa cuestión se resolvió con El Gran Compromiso, en virtud del cual se estableció un Congreso constituido por dos cámaras, en una el número de representantes sería proporcional a la población, en la otra sería por estado.
El segundo tema es más complejo, pero fundamental para la existencia de la república. ¿Cuál sería la relación entre los estados y el gobierno nacional? ¿Dominarían los estados al nuevo gobierno o impondría el gobierno nacional centralizado su superioridad para mandar sobre los estados?
La mayoría de los delegados conocía bien los puntos débiles de un gobierno dominado por los estados. Habían vivido la experiencia fallida de los Artículos de la Confederación. Y con la libertad que habían obtenido en un pasado no muy lejano, los delegados temían entregar la normalización de su vida, suerte y familia a un gobierno nacional centralizado.
Al último momento, cuando la oposición entre el gobierno y el gobierno del estado estaba a punto de llevar la reunión al fracaso, se encontró una solución genial. Los delegados utilizaron el mismo enfoque práctico que mi madre me enseñó cuando era niño.
Disciplina materna
Soy de una familia de seis hijos varones y no era raro que dos de nosotros nos peleásemos por el último trozo del postre. Así que mamá nos decía, "Mike, corta el pastel y Dan (mi hermano) tú eliges primero". Yo cortaba el pastel con la precisión de un cirujano, sabiendo muy bien que si cortaba un pedazo más grande que otro se lo llevaría mi hermano. A ese método le llamamos "disciplina materna". Era un método sencillo pero correcto para una justa repartición y de una eficacia absoluta.
Los delegados de la convención constitucional aplicaron su propia versión de la "disciplina" de mi madre. Crearon dos gobiernos. En primer lugar, un gobierno nacional con una lista explícita de sus responsabilidades, como son la defensa nacional, la política exterior, el comercio interestatal y la moneda. Sobre estas áreas limitadas, el gobierno nacional tenía supremacía. Todos los demás poderes no adjudicados al gobierno nacional, que eran la gran mayoría, quedaban en manos de los estados y del pueblo.
Los fundadores de la nación creían que si alguno de los gobiernos, fuera el nacional o el de uno de los estados, interfería con otro o no realizaba sus funciones, otro estado se levantaría en su contra y "el pueblo sería protegido". En otras palabras, esperaban que el equilibrio cuidadoso que había entre las partes se mantendría por sí solo.
Si bien fueron muchos los escépticos, la obra maestra de la Constitución ha durado más de 200 años. Durante ese tiempo Estados Unidos ha prosperado. Ha sobrevivido una guerra civil, conflictos con potencias extranjeras y dos siglos de transformaciones notables. Creo que, al juzgar sus méritos, es la forma ideal de gobierno para la era de información.
James Madison y el federalismo
Hace algún estuve en la residencia del gobernador de Nueva Jersey donde me llamó la atención una pequeña mesa. Se trataba, obviamente, de una pieza antigua muy bien lograda. "James Madison la hizo", dijo el director de la casa. Al palpar la madera sentí un profundo respeto por el hombre que los norteamericanos llaman el padre de la Constitución. ¿Qué percepción tendría Madison del Estados Unidos de hoy si pudiera pasar unas horas conmigo y con otros gobernadores de los estados? Sin duda tendría muchas preguntas para los que somos guardianes del legado de los fundadores de la nación.
Imagen en blanco y negro del
retrato de James Madison
hecho por James Sharples en 1804. Fotografía cortesía
de Independence National Park, Filadelfia,
Pensilvania.
La primera pregunta que con toda certeza nos plantearía sería: "¿Se mantienen los límites y equilibrios entre el poder legislativo, el poder ejecutivo y el poder judicial?" Al responder a su pregunta seguro que los legisladores se quejarían de la rama ejecutiva, los de la rama ejecutiva se quejarían de los legisladores y todos manifestaríamos nuestro descontento con los tribunales. Esa sería toda la respuesta que Madison necesitaría para saber que el plan funciona.
"¿Y qué de los estados grandes y los estados pequeños?", sería la siguiente pregunta de Madison. "También eso funciona", sería nuestra respuesta.
Luego nos haría la pregunta más difícil: "Trabajamos arduamente para equilibrar el poder de los estados y el del gobierno nacional. ¿Qué ha pasado desde nuestra partida?" Un silencio largo y embarazoso reinaría y luego responderíamos: "Tenemos buenas noticias y tenemos malas noticias. La buena noticia es que todavía hay un gobierno nacional y gobiernos estatales. La mala noticia es que no son reconocibles".
¿Qué diría Madison sobre los tomos de leyes federales que describen con todos los detalles cómo debe realizar sus funciones cada estado, ciudad, pueblo, aldea y comunidad?
Es muy probable que Madison no se sentiría complacido con el gran tamaño e ineficiencia que caracterizan al gobierno federal. Sin embargo, su mayor decepción sería con los dirigentes y legisladores de los estados. Es probable que ante esta situación dijera algo como: "¡De pie estados! Han cedido su lugar en la mesa constitucional. Han dejado sin protección al pueblo y, no a manos de tiranos o subversivos, sino de las consecuencias naturales del poder desmedido y de la fuerza política cuando no se le opone resistencia".
Para entonces, los formuladores de política de los estados estarían un poco a la defensiva. Es probable que a su favor dijeran: "Sí, nos ponemos de pie. Nos reunimos. Pronunciamos discursos y dirigimos cartas a nuestra delegación en el Congreso. Vamos y declaramos en el Congreso, y cabildeamos".
En esos momentos el señor Madison se mostraría muy sorprendido. "¿Qué significa eso de que cabildean?", preguntaría, "¿es que los estados se han reducido a ser nada más que cabilderos, grupos de intereses especiales y suplicantes?" Y añadiría: "Lo que creamos no fue una relación de amo y siervo. Los estados son socios constitucionales de pleno de esta república. Les hemos dejado las herramientas para asegurar su justo lugar en un sistema equilibrado".
Con Madison se podría hablar larga y detenidamente sobre este tema. La cuestión es que los líderes de los estados han violado la ley de gravedad política al permitir que al gobierno federal no se le desafíe de la forma debida. El poder sin freno equivale al abuso del poder. La fuerza política donde no hay competencia se convierte inevitablemente en una fuerza descontrolada.
Junto con las tendencias que predominan en la sociedad, los líderes de los estados comparten la culpa por haber perdido el control de las herramientas que los fundadores de la nación nos dejaron para que el estado ejerciera la función que le ha sido asignada en el sistema federal. Cuando los estados no respondieron a las inquietudes sobre economía, medio ambiente e igualdad de los ciudadanos, éstos recurrieron al gobierno nacional en busca de liderazgo. La guerra, la depresión económica y la sociedad de la era industrial dirigida por altos ejecutivos ha propiciado las estructuras centralizadas.
Una mirada al futuro
Pero el presente es una era totalmente diferente a cualquiera otra de la historia norteamericana. Los estados cumplen sus responsabilidades, y las unidades pequeñas y flexibles de una red, ya sean del gobierno o del comercio, sobrepasan el desempeño de sus contrapartes centralizadas y burocráticas. Los estados proporcionan liderazgo activo, responsabilidad fiscal y soluciones innovadoras de política en todos los sectores del gobierno.
Luego, ¿cómo es que en un país del tamaño y diversidad de Estados Unidos, con tantos líderes excelentes como los hay en todas las comunidades, con tantos recursos e ideas pluralistas, los líderes de los estados se dejan micromanejar desde Washington? El poder dispersado que hace más efectiva la tarea de gobernar también hace más difícil la competencia con el poder concentrado de Washington. Este es el reto que enfrentarán los líderes locales en los años venideros de rápido cambio económico en Estados Unidos.
Para equilibrar el gobierno norteamericano conforme a la sabia intención de los fundadores de la nación, los líderes a nivel estatal deben asegurarse de que su voz sea escuchada al tratar cuestiones de importancia vital, como son por ejemplo, la agricultura, la energía, el medio ambiente, la salud y el comercio. Los líderes de los estados deben utilizar todos los recursos legales a su disposición para asegurarse de que sus propuestas sean escuchadas y no se pierdan en el complicado laberinto de la burocracia federal de Washington, en los tribunales y en los foros de opinión pública.
Los líderes de los estados también deben utilizar las herramientas constitucionales para desafiar lo que consideren no es una buena ley o una regulación inapropiada. De esta manera, los estados no debilitaran al gobierno nacional, sino que le exigirán un desempeño responsable y rendición de cuentas. Restaurarán la competencia sana entre los organismos gobernantes de Estados Unidos, que es lo que promueve un gobierno eficaz por el pueblo y para el pueblo.
Temas de la
Democracia
Publicación Electrónica de USIS, Vol.
2, No. 2, mayo de 1997